O ¿Qué nos define?
A veces uno vuelve la mirada hacia sí mismo y observa sorprendido su interior ¿Por qué soy así y no de aquella otra manera? ¿Qué me ha convertido en este tipo de persona? ¿Desde cuando tengo esta forma de pensar?
Es como verse en un espejo y no reconocerse. Y uno, si es curioso, comienza a indagar entre sus recuerdos, intentando hallar la clave o el motivo que le de respuesta a esas preguntas. ¿Qué encuentra? Fragmentos: “En un lugar de la Mancha de cuyo nombre…” “Platero es pequeño, peludo, suave…” “¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul…” “Adiós ríos, adiós fuentes, adiós regatos pequeños…” Son frases, retazos grabados en la memoria que contienen mucho más que palabras: la edad en que se grabaron, la persona que eras, cómo lo entendías. Estas lecturas te hacían descubrir el mundo y a ti mismo, crecer, formarte. Claro que es una pequeña muestra. Hay que añadirle la música –imposible de reproducir o describir con palabras–, el cine, la pintura, la historia, la ciencia… Y las personas que se cruzaron en tu camino, algunas de paso, otras durante mucho tiempo, alguna durante toda una vida. Unas permanecen, otras se han ido, muchas no han llegado aún.
Entonces, ¿cómo pretendes explicar qué te ha hecho así o por qué eres de esta manera? Te llevaría toda una vida bucear en tus recuerdos y encontrar una respuesta en ellos. Y seguramente no acertarías, porque lo que te influyó en un momento determinado, ahora te parece que tiene otro significado. En definitiva, sería un ejercicio inútil, un trabajo ímprobo.
Además, ¿qué importancia tiene el motivo o la causa que te hayan guiado hasta esta manera de ser actual, que mañana será otra y cambiará indefinidamente, infinitamente? Cien personas que hubiesen pasado por tus mismas vivencias y experiencias, serían sin duda cien formas de ser diferentes, seguro. Una vivencia te dice algo indeleble en un momento determinado, pero no te dice absolutamente nada en otro distinto.
“Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla” “Nosotros, los habitantes de la Tierra, tenemos un talento especial para arruinar las cosas grandes y hermosas…” “El hombre no está hecho para la derrota. Un hombre puede ser destruido, pero no derrotado…” “…era la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación: todo eso nos ofrecía como nuestro y no teníamos absolutamente nada…” “…frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo…”
Podría seguir durante horas rescatando frases que son parte de historias que me conforman y moldean. Hasta aquí, habrás reconocido la mayoría. Pero claro, todos tenemos algunas menos conocidas que forman parte de nuestro futuro pasado, estructura, modelaje, ideario o cómo quieras llamarlo: “Si puedes mantener la cabeza sobre los hombros cuando otros la pierden…” “Confío en mi yo interior y la magia sucede…” “Sólo hay una guerra que puede permitirse el ser humano: la guerra contra su extinción…” “…y ahí, sobre la roca, Tarsis murió” “El nitrógeno presente en nuestro ADN, el calcio… el carbono… todos fueron creados en el interior de estrellas que chocaron entre sí ¡Estamos hechos del material de las estrellas!” “No quiero creer, quiero saber” “Náufragos del jardín, resucitábamos, llegábamos a amarnos, me perdía, me salvaba, dudé, toqué las llagas de aquel paisaje con los dedos como se toca un árbol, una flor, un cuerpo: para creer. Olía a vida, se respiraba la vida…”
Esta última llamada grabada en mi ser interior la llevo conmigo desde hace muchos años. Sólo la digitalización ha hecho posible que no hace mucho haya podido localizar a su autor: Carlos Sahagún, escritor, poeta y editor con una obra plagada de premios y, a mi entender, no lo suficientemente conocido por el gran público. “Era el hombre que contemplaba el mar. Ha fallecido como ha vivido: silenciosamente, quitándole importancia a su poesía y a su existencia” relataba su editora, Elsa López, en 2015 en el diario El País.
Me desvío del tema, perdona. Es un epitafio que dice tanto y, al mismo tiempo tan poco, que no he podido resistirme a mostrártelo. Estamos hablando de las cosas que nos conforman y nos hacen ser como somos. Pero es un catálogo tan amplio, que sería una tarea imposible ni siquiera encontrar la punta del iceberg de lo que se esconde dentro de cada uno de nosotros, bueno y malo, cielo e infierno, luz y oscuridad ¿Algo finito, medible? No lo creo.
No sé si reencarnados, hemos vivido otras vidas, si nuestra herencia genética nos aporta cosas vividas por nuestros ancestros o si nuestros sueños son tan reales que se confunden con nuestros recuerdos. Pero, a veces, lo parece.
Esta riqueza es una anomalía en la naturaleza, entre los seres vivos y en el universo, es un agujero de gusano sin un inicio, sin un final ¿Somos mariposas que viven sólo un día, y lo pasan meditando sobre la eternidad que nunca conocerán?, decía Carl Sagan. Apuesto a que sí. Y me alegro de ello como no puedes imaginarte, no lo cambiaría por nada.
Por eso me gusto, me gustas, y formamos parte de la humanidad. Por esto somos tan preciosos, únicos y valiosos. Un tesoro de un valor incalculable. Y por esto sabemos que estamos vivos.
Me encanta este texto, José, esta arqueología de uno mismo… Mientras iba leyendo, se me iban despertando muchos «yo» del pasado… a pellizcos.
Y es verdad: cada recuerdo o influencia cambia de significado según el contexto y el tiempo, lo que sugiere que la comprensión de uno mismo, pretender recuperar una forma integral de uno mismo, resulta siempre algo bastante absurdo, o por lo menos parcial, provisional.
Somos demasiado dinámicos… demasiado «en devenir», o como tú dices —que es lo mismo—: cambiamos «indefinidamente, infinitamente».
Vivos, en fin, como siempre, y solo lo comprobaremos en nuestro «futuro pasado» (ahí me dejaste pensando un buen rato…).
Gracias