O la belleza de lo inútil
Mirar con lentitud cambia la forma en que existimos. El árbol que ves todos los días es diferente si lo observas con calma: ramas que habías pasado por alto, una amalgama de tonos y colores donde sólo veías uno. Movimientos y sonidos que no habías visto ni escuchado antes.
Este fenómeno también ocurre con las personas, con las ideas y con uno mismo. Quizás el problema no es que seamos o no extraordinarios, sino que hemos perdido la noción, la referencia de lo que es esto realmente. Es incluso probable que queriendo ser extraordinarios sólo consigamos alcanzar lo ordinario.
Yo puedo hablar con propiedad, como seguramente todo el mundo, de esa etapa de nuestra vida en la que el propósito lo es todo, el esfuerzo por destacar, por ser mejor, incluso el mejor, por hacerse un hueco, un nombre, por reunir un cofre lleno de logros, triunfos, méritos.
A `pesar de todo sabemos que los nuestros son lo más importante, nuestro motor, aquello que justifica nuestros desvelos y sacrificios. Pero nos engañamos un poco. Un hombre sabio me decía “tu hijo prefiere tener un padre que juegue con él, que le dedique tiempo, en lugar de tres pantalones o cinco juguetes más”. Nadie puede negar la realidad de esto.
Y un buen día nos damos cuenta de que ha pasado el tiempo, que hemos conseguido tantas metas y estas otras no. Pero que la cantidad de años en los que hemos estado inmersos en esa dinámica es desproporcionada. A veces ni siquiera están ya los hijos cerca sino marcando su propio paso, cuando nos damos más fácilmente cuenta de lo perdido. A veces lo corregimos a tiempo.
Pero sea cual sea el momento en que esa iluminación nos llega, todavía seguimos siendo una persona que, en nuestro fuero interno está repleta de sentimientos, sentidos, anhelos, sueños. Un ser humano ávido de vida, de un hálito de la esperanza de que el universo nos insufle de nuevo el gusto por la contemplación, la pausa, la serenidad. Es la necesidad de que la vida nos invada, nos atraviese. Sin prisa, sin una meta, sin otro propósito que el de disfrutar de ella, de la vida.
Puedo cantar, correr, saltar, sin motivo. Puedo existir sin necesitar que otro lea lo que reflejo en el papel. Puedo cultivar flores con el único propósito de admirar la belleza y la perfección de la naturaleza, sin buscar un premio o competir por ello.
Hemos visitado lugares increíbles. Espectaculares, paradisíacos, históricos… Y siempre hemos pensado en lo afortunados que son las gentes que pueden vivir en ellos. “Me vendría a vivir aquí sin dudarlo” “Me gustaría algún día retirarme a este lugar”. A veces, como es mi caso, vivimos en un lugar tanto o más hermoso, con un encanto innegable y que es la envidia de sus visitantes. Yo vivo junto al mar, como ya te he dicho alguna vez. El paisaje que veo desde mi ventana, al pasear, cuando salgo, cuando entro en mi pueblo, es único. Pero precisamente por tenerlo permanentemente en mi retina, no lo aprecio como la maravilla que es. Y sin duda algún turista me mirará pensando en la suerte que tengo de vivir en un sitio como éste y cuánto le gustaría poder establecerse en esta maravilla natural.
Lo he puesto como ejemplo de la velocidad a la que miramos las cosas. Lo que quiero transmitir es que la vida está llena de cosas que aparentemente no tienen valor, son inocuas, pero que sin embargo son las que le dan auténtico sentido: una canción, una frase en un papel, un amigo, una hoja que cae. Eso también es existir.
Yo he tomado la determinación, no hace mucho tiempo, de mirar despacio. Me tomo todo el tiempo que puedo en admirar la belleza, conmoverme ante el horror, solidarizarme, sentirme humano.
Te animo a hacerlo. Recupera tu capacidad de asombro, mira con profundidad, deja que el mundo te hable y escúchalo. Hazte preguntas que no tengan que encontrar respuesta, conversa sin necesidad de convencer o vencer, convive de una manera natural, no solo con personas, sino con todo lo que te rodea, con esas pequeñas o grandes cosas que merecen ser contempladas lentamente.
Me gustaría pensar que podemos elegir, pero no soy un iluso. No podemos bajarnos del mundo tal como es, sin más. Pero podemos seguir en la rueda y también apreciar las cosas, disfrutar, descubrir. Hay cientos de maneras: un paseo, la naturaleza, el arte, la música, viajar, conversar… Son las cosas sencillas, invisibles, inútiles.
Todo ese maravilloso micro universo dentro del que habitamos está a tu alcance, créeme.
Mira a tu alrededor, lentamente.
La mente humana está diseñada para valorar lo que no puede tener, lo que no está disponible de inmediato. Cuando algo o alguien está siempre a nuestro alcance no lo valoramos porque lo damos por hecho, por el exceso de presencia. Las cosas las vemos como una garantía, en vez de un privilegio. Si le damos la vuelta, habremos conseguido algo para lo que estamos diseñados que es la evolución espiritual. Muy buen relato. Me ha encantado. Todo me resuena, yo también estoy en el camino. Incluso a nosotros mismos nos podemos ver como un lujo (como el lugar paradisíaco que has visitado) y no como una opción (el entorno en el que vives), cambiando la mirada. Una gran película sobre esto «El día de la marmota» del año 1994 con uno de mis actores favoritos, Bill Murray.
Una magnífica aportación. Que suerte tener mentes preclaras al otro lado del Blog. Muchísimas gracias Beatriz por tu acertado comentario.