Y de los que lo vivimos desde la distancia
Suelo usar las cafeterías como segundo, tercer, cuarto despacho. Me coloco los auriculares y activo una lista de reproducción de música. Escribo, planifico, investigo, documento y, a ratos, puedo observar intermitentemente a los desconocidos que orbitan a mi alrededor, sin saber que están siendo sondeados y guardados en un rincón de mi memoria, previo juego de adivinación y de imaginación de mi género favorito, el género humano.
El otro día, tomando un café mientras un televisor al fondo del local dejaba ver, mediante subtítulos en movimiento, los titulares de las noticias relevantes de la mañana, parecía al leerlos que querían llevarme la contraria en cuanto a mi predisposición a creer en la bondad del ser humano. Lo que es noticia, no descubro nada, son dramas, tragedias, desastres locales, nacionales o internacionales.
Y la mente divaga, piensa, explora. Acabo de terminar una novela, como ya te comenté en el post anterior, que empezará ahora el largo, sinuoso e interesante camino de la edición. En el libro, la acción (en este caso la trama es de espionaje), recorre varios países, deteniéndose una buena parte del relato en el Líbano, el país de los fenicios, un pueblo interesante con una historia increíble que se remonta a cinco mil años atrás en el tiempo. Un pueblo que polinizó a los demás que compartíamos con ellos el mar mediterráneo, transformando, transmitiendo como abejas la idiosincrasia de unos a otros, comerciando, culturizando, llevando el progreso a cada rincón al que les llevaba su trayecto al surcar este hermoso mar.
La trama tiene muy en cuenta esta historia, la trata de hecho, siempre con admiración y respeto. Y en plena fase de escritura, una situación en cierto modo inesperada, vino a cambiar el panorama en el que se desarrollaba mi relato: se oficializó la guerra entre Israel y Hezbollah el 1 de octubre de 2024, y llegó la invasión del sur del Líbano por las fuerzas armadas hebreas, además de los bombardeos sobre Beirut y otros objetivos del país, incluida alguna base de los cascos azules de la ONU, testigos indeseados de la invasión.
Tuve que replantearme el relato para hacer un hueco a la actualidad en una obra que pretende ser rigurosa, porque yo lo soy cuando pienso en mis lectores. Y eso implicó reformular la visión del conflicto, narrar cómo éste afectaba a personajes como los agentes de la inteligencia militar del país, políticos, periodistas… y los apoyos y posturas de potencias extranjeras que tienen su papel en la novela: Estados Unidos, Rusia, Irán, etc. Todo aderezado con el eterno conflicto de Oriente Medio entre manos, que es una de las columnas vertebrales de la trama.
Me estoy extendiendo en un tema que me apasiona, pero lo que realmente me hace traer aquí hoy estos hechos cuya evolución seguiré con interés, es cómo desaparecen más o menos rápidamente de la actualidad. Y me hago muchas preguntas, de esas que, lamentablemente, no obtienen respuesta.
Ya lo vivimos con la invasión de Rusia a Ucrania, de la que te recuerdo que faltan unos días para que cumpla su tercer aniversario, el 24 de febrero exactamente cumplirá tres años el conflicto. Pero esto no sale en titulares, ha desaparecido salvo alguna que otra pincelada que viene más de la mano de actores secundarios, externos, que sí están de actualidad, léase a modo de ejemplo el reciente triunfo de Trump en las elecciones estadounidenses, y alguna respuesta o declaración que alude al conflicto, sea el ruso-ucraniano, el israelí-libanés, o cualquier otro.
Por ejemplo, hace unas 24 horas se ha producido el mayor ataque ucraniano en suelo ruso, sin que aparezca mucha información al respecto. Hay que buscar, investigar, profundizar en la red para encontrar y ampliar la noticia, que evidentemente no llega al ciudadano de a pie, como nos llaman a veces.
Y, querido amigo, los civiles inocentes, los niños, los ancianos, siguen muriendo en Beirut, en la Bekaa, en Kiev, en el Donetsk. Sí, exactamente igual que al comienzo de la guerra, cuando nos echábamos las manos a la cabeza al ver cómo en pleno siglo XXI (ojo, ya hemos recorrido un cuarto de siglo), un país soberano invadía a otro en pleno centro de Europa o de Oriente Medio, bombardeaba, asesinaba, sin que nadie pudiera o quisiera hacer algo para evitarlo.
Así que pongo mi insignificante granito de arena, como esas personas que siguen portando la bandera ucraniana, libanesa o de cualquier otro país golpeado por un conflicto para que no nos olvidemos de él, donde esas gentes inocentes viven, sufren y mueren. Va por ellos.
Las noticias de la guerra ormai son como esas historias que uno cuenta en una cena y nadie escucha: siempre están, siempre son terribles, y al final se olvidan siempre. Pues, es que nos tragamos la tragedia como chistes malos… hasta que la memoria se satura y volvemos al vacío.
Y la cosa más terrible es que tampoco somos nosotros a gestionar completamente nuestras reacciones. Los medias deciden el grado de indignación, de compasión, de inquietud, de desesperación ecc. Los medias deciden cuanta persistencia tendrá nuestra memoria de los eventos.
Como encontrar huída al control de nuestra memoria y de nuestras emociones? Difícil… Pero el simple hecho de constatar la presión del control ya es algo. Un principio de movimiento:
dejar de mirar la muerte diariamente como si solo fuese una ligerísima interferencia en el campo visivo. «Moverse». Cambiar perspectiva, que en el cómodo mirador desde donde observamos la realidad, los sufrimientos ajenos son por desgracia solo parte del paisaje.
Gracias para este «incómodo» post José.
Keep moving…
Muchas gracias, Maurizio por tu comentario, aunque en realidad no es tal, sino una visión más profunda que la mía. Y muy acertada, por cierto. Gracias.