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EL ESCRITOR DETRÁS DE LA OBRA

Publicada el 13 de marzo de 202527 de marzo de 2025 por José Ramón Entenza

O EL SILMARILLION

Hace unos meses tuve la oportunidad de asistir durante un viaje a una exposición muy especial sobre J.R. Tolkien. Creo que es superfluo decir que es uno de los creadores de historias más admirado por lectores y escritores de varias generaciones. Y a buen seguro lo seguirá siendo por varias más.

No sé qué esperaba encontrar. Quizás un elfo o un enano correteando por el castillo en el que se celebraba. Tal vez a Gandalf o a uno de los entrañables hobbits. Sí que había alguna réplica, aunque no se movían.

Lo cierto es que, a pesar de resultar interesante, me sentí un poco defraudado. Pero, después fui valorando más cada día la colección. La mayor parte de la exposición eran objetos personales, escritos originales, fotografías. Y mucha biografía del maestro, en forma de cartas, instantáneas, recortes…

No faltaron a la cita primeras ediciones del Hobbit, de 1937, de la trilogía del señor de los anillos. Borradores, esquemas, dibujos. Lugares que visitó el autor junto a ilustraciones de las escenas o episodios que inspiraron.

Me hizo pensar en la vida, la familia, el trabajo y las especiales circunstancias de un autor, no solo de Tolkien, que lo fueron, sino de la casi totalidad de los escritores, que no dejo de comprobar a diario que son tanto o más curiosas y reveladoras de su obra.

¿Qué voluntad férrea mantiene a un escritor? ¿Qué propósito lo mueve? Salvando las distancias, pero todo lo que rodea al, escritor, su experiencia de vida, su entorno, su lugar de residencia, sus viajes… Todo influye en el propósito, la fe, sus personajes, sus escenas, sus mensajes. Son partes de la constelación que confluye para que un relato vea la luz de una manera y no de otra.

Empecé a escribir muy joven, pero por circunstancias, lo dejé pronto. Con el paso de los años he acumulado experiencia, me he enriquecido como persona, ser humano, narrador. Nos pasa a todos, cada persona, lugar, vivencia, nos conforma como somos. Esa cualidad observadora, creativa, de un autor, se alimenta de la experiencia como puede hacerlo una esponja del agua que la moja.

Llega un momento en la vida en el que pensamos que ha llegado el momento de plasmar tantas y tantas cosas que tenemos para contar. Y, si hay suerte, el impulso de empezar a volcar las palabras sobre un papel se vuelve irrefrenable e imparable.

No nos olvidemos, hablar de enriquecimiento es una cosa pero no debemos dejar en el olvido el esfuerzo, el efecto que provoca compartir, vaciarse en una historia. La mayoría de los escritores que conozco coinciden en ese sentimiento de extenuación, de crisis interior que les supone plasmar sus sentimientos, experiencia, intimidades, transmitirlas, darles forma.

En eso pensaba cuando más escuchaba, leía y me adentraba en la vida de Tolkien. Empezando por un amor juvenil que el escritor hizo eterno a pesar de las dificultades, no podía menos que trasladarlo a su obra maestra. Enterrado junto a su amada Edith, sobre su tumba reza la inscripción de Beren y Luthién, los nombres de un mortal y una princesa elfa que renunció a la inmortalidad para estar junto a su amado y no vivir sin él, como recogió en el Silmarillión.

Tolkien formó una alianza con otros tres amigos escritores, su propia comunidad del anillo, la hermandad del TCBS, como la bautizaron los cuatro filólogos y escritores, que se conjuraron para dejar un mundo mejor del que habían encontrado. Dos de los cuales perdió en las trincheras de la primera guerra mundial, donde él combatió también y de la que trajo secuelas.

Un perfeccionista que escribió una historia infantil para sus hijos, sin pretensiones de publicarla, El Hobbit, que acabó siendo aclamado por adultos de todo el mundo. Éxito que le obligó a desarrollar una secuela, la trilogía de El Señor de Los Anillos, que tardó nada menos que doce años en escribir. Sin dejar de lado un trabajo paralelo, su auténtico sueño, una mitología completa del universo Tolkien, El Silmarillion, su gran proyecto, su legado, que dejó inacabado y por tanto no llegó a ver publicado. Es gracias a su hijo Christopher que lo conocemos hoy, además de otras obras inéditas.

Un perfeccionista que releía y reescribía sus obras una y otra vez hasta dejar un mundo rico en detalles, un mundo épico, completo, comprensivo de siglos de historias, mitos, leyendas, estirpes, razas, reyes, pueblos, bien y mal.

Uno se para a pensar en el trabajo, el desgaste, los momentos de frustración, de euforia, de dudas, y la determinación que le hace mantener la voluntad imperturbable durante tantos años, toda una vida. Y el vértigo que asoma bajo nuestros pies nos hace temblar.

Es evidente que hay otros ejemplos de genios con una entrega absoluta a la causa de escribir. Grandes creadores, originales, comprometidos, con un talento fuera de lo común. Sería un crimen enumerarlos, porque dejaríamos a algunos inevitablemente atrás . No me atrevo. Sólo me permito nombrar a Frank Herbert, el autor de la Saga Dune. Otro genio que en mi opinión creó un increíble mundo que no desmerece a mis ojos el de la tierra media.

Estos dos maestros te hacen pensar en el verdadero trabajo que supone escribir, que la credibilidad de la obra tiene mucho que ver con el detalle, y que estas dos cosas están íntimamente relacionadas.

No puedo cerrar este post sin honrar a otro talento, a otros genios que no hemos llegado a conocer, porque su obra, su estilo, sus historias, han caído en el anonimato, en el olvido. Como en cualquier otra actividad o profesión, es triste pensar en que todo ese talento, como decía la comunidad de Tolkien, no germine para dejar un mundo mejor del que encontró al nacer.

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Sobre el autor

Soy José Ramón Entenza, natural de Marín, en Pontevedra, Licenciado en Ciencias Físicas, Graduado en Farmacia y Licenciado en Derecho. He cursado estudios de doctorado en Inteligencia Artificial, y he publicado artículos de divulgación científica en diversas revistas especializadas y realizado numerosas ponencias internacionales de carácter científico... [leer más]

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