Y el transcurso del tiempo
La vida era difícil en Kelfos, un planeta de supervivientes, donde sus habitantes habían tenido que adaptarse a lo inverosímil, a la desaparición de la gravedad.
Khyra Vhoss era una investigadora del Centro Estelar AstraCore, uno de los organismos más importantes del continente Eldryss. Su trabajo era fundamental en una tierra suspendida, en un mundo aéreo, en un planeta cuyos fragmentos flotaban en el interior de su atmósfera, en un frágil equilibrio.
Quinientos años atrás en el tiempo, la historia contaba que el núcleo del planeta comenzó a colapsar, por causas desconocidas, plegándose sobre sí mismo y consumiendo su propia masa.
Al verse privados de la fuerza de la gravedad, los continentes se fueron alzando por efecto de la rotación del planeta y la fuerza centrífuga, subieron flotando alejándose de la superficie y arrastrando la atmósfera con ellos. Primero fue Valthoria. Se produjeron seísmos, rotura de placas tectónicas y la mayor parte del continente se separó de su base, que fue engullida por el núcleo como si se tratase de un agujero negro, consumiendo su masa.
Las costas de Valthoria fueron el enorme precio que se pagó por el fenómeno. Se desmoronaron y cayeron al mar desde varios kilómetros de altura, al perder la sujeción al resto del continente. Se produjeron millones de muertes entre sus habitantes, a las que hubo que sumar las que ocurrían tierra adentro, fruto de cataclismos y desastres naturales.
Los otros tres continentes tomaron buena nota de lo sucedido. Desalojaron las costas, sabiendo que era inminente que a sus territorios les sucediera lo mismo, y se prepararon para el futuro, un futuro incierto, lleno de peligros y retos.
Khyra había leído en los libros de historia que el segundo en despegarse del suelo fue Tzarkun. La falta de gravedad hizo que el orden lo marcase el tamaño de los continentes, desde el menor al más grande. Efectivamente, el tercero fue el suyo, Eldryss. Y por último Drak´Zuun levantó el vuelo, pero sólo unos cientos de metros. Todavía hoy se ignoraban los motivos por los que el mayor continente del planeta volvió a caer a plomo desde una altura que resultó mortal para sus habitantes.
Las pocas imágenes que había del suceso, de baja calidad y con poca definición, dejaban ver una caída de lleno, no un leve descenso. Parecía como si de repente, se hubiese recuperado la gravedad en aquel lugar del planeta durante un breve tiempo, haciendo precipitarse al continente. Los científicos estimaron que era imposible que hubiese supervivientes. La nube de polvo, humo, tierra, agua y roca fue lo último que mostraban las imágenes. También fueron las últimas que se conservaban del antiguo mundo, de la superficie original de Kelfos.
La investigadora había cursado astrofísica en la academia espacial. No existía ningún otro fenómeno documentado remotamente parecido al experimentado en su planeta. Las estrellas se colapsaban, sí, como parecía haber hecho el núcleo de Kelfos. Pero lo hacían de forma continua, era un colapso que terminaba formando una supernova o un agujero negro. El colapso de un planeta era un hecho imposible que contradecía todos los principios de la física cuántica. Los planetas no colapsan, sólo las estrellas. Y un colapso no se detiene, es un proceso continuo que termina con la desaparición de la estrella que deja en su lugar una singularidad.
Las generaciones siguientes al suceso fueron paulatinamente dejando de investigar y especular sobre las causas del desastre, y se fueron ocupando en la adaptación al nuevo mundo. Al ser los continentes aéreos, se desarrolló en gran medida la aeronáutica, estableciendo puentes aéreos entre los tres grandes territorios supervivientes, Eldryss, el mayor, Tzarkun y, el más pequeño, Valthoria.
Escaseaban algunos minerales, los que se extraían de las profundidades del planeta, en la parte que había quedado colapsada, probablemente en una amalgama sin orden de capas del subsuelo. Las sondas enviadas indicaban parámetros de temperatura y ambientales que hacían imposible la vida en la superficie, La atmósfera se había elevado con los continentes. Allá abajo no quedaba rastro de ningún tipo de vida.
Se hizo necesario el comercio. La política surgió por la propia necesidad de supervivencia, tanto a nivel interno, reorganizando las estructuras y las instituciones, como a nivel externo, con la imperiosa necesidad de colaborar con los demás continentes en la búsqueda de nuevos materiales, de nuevos combustibles y nuevas fuentes de energía. Y entre los gobiernos se estableció una carrera contrarreloj por la supremacía tecnológica, por el descubrimiento que les diera la prevalencia sobre los otros dos.
Desaparecieron los países. Cada continente se unió bajo un único escudo, una única bandera. Los reductos de nacionalismo fueron erradicados sin contemplaciones. De los tres territorios flotantes, el menor, Valthoria, se quedó atrás en esa carrera tecnológica, aunque con el paso del tiempo se revalorizó su producción de cultura, de educación, de filosofía y de arte.
Además de los continentes grandes, fragmentos de superficie se habían desgajado de su tierra matriz. Se les denominó “islas”. Eran una anárquica red de comunidades, algunas cercanas y comunicadas, otras perdidas y aisladas, de las que no se preocuparon los tres gobiernos de los continentes, hasta que se descubrió que algunas poseían minerales y otros materiales orgánicos valiosos. Y con su comercialización se hicieron con una flota de aeronaves que les permitió crear una federación y evolucionar como un ente político más.
Khyra miró el reloj digital, era una proyección holográfica que flotaba por el laboratorio, como una broma, pensó, como un recordatorio del estado de los propios continentes. Faltaban todavía tres horas para el cambio de turno. Quería aprovecharlas, necesitaba aprovecharlas. Trabajaba en el proyecto Aetherion, un secreto y ambicioso plan que desarrollaba el AstraCore a instancias del gobierno, con la intención de crear una estructura capaz de establecerse sobre el núcleo del planeta, y mantener en funcionamiento una explotación minera permanente.
Aetherion tenía una envergadura increíble, más de mil personas, pero sólo un grupo escogido de setenta científicos, conocía el conjunto y el verdadero objetivo del proyecto. El resto trabajaba en estructuras, propulsión, hábitats.
Khyra pertenecía a ese selecto grupo. Su trabajo en el proyecto era el control de las sondas que se habían lanzado a la superficie.
–Doctora Vhoss –se había dirigido a ella el jefe del proyecto, el doctor Jorak Haleth–. La hemos elegido para realizar una labor que constituye una parte esencial de nuestro trabajo. Como ya sabe, durante cinco siglos se ha perdido todo contacto con la superficie de Kelfos. Usted va a ser la primera persona en quinientos años que se adentre en los misterios, separe lo real de la leyenda, y establezca qué queda realmente ahí abajo.
Ella tragó saliva. Su especialidad era la bioingeniería aeroespacial, lo que la habilitaba para estudiar las condiciones de mundos inhóspitos y buscar soluciones de terraformación a partir de estructuras voladoras. Y en cierto modo, entendía aquel proyecto como el intento de crear un ecosistema viable sobre la superficie, como si se tratase de uno de los muchos casos de condiciones imposibles que había estudiado.
–No se equivoque –continuaba el director del proyecto– valoramos su gran conocimiento de terraformación. Pero lo que realmente la hace adecuada para este puesto lo ha demostrado en uno de sus trabajos presentados como cadete en la academia.
Un silencio para remarcar lo que iba a decir a continuación. Ella también aguardaba expectante. Les hacían presentar numerosos trabajos durante los años de formación superior. Ignoraba a cuál podía referirse.
–Usted presentó una idea que llamó “Sistemas de camuflaje cuántico” para ocultar naves en el espacio profundo.
Empezaba a entenderlo. El proyecto no sólo iba a ser supersecreto, sino que querían hacerlo totalmente invisible.
–Doctora, el desarrollo de escudos electromagnéticos y gravitacionales –la sorprendió Jorak Haleth–, ha sido desarrollado ampliamente a partir de su idea y trabajo inicial.
Le explicó las circunstancias y el punto en el que se encontraba aquella tecnología, para pasar a hablarle de su equipo, la utilidad de la tarea y cuál sería allí su trabajo.
Khyra se encargó de elegir, diseñar y promover la estructura de las sondas que viajarían a lo que quedaba de la superficie. Había supuesto un reto mucho mayor de lo esperado. Tuvo que recurrir, según iba lanzando sondas, al desarrollo de escudos y energías nuevos. Se encontraban con dificultades mayúsculas e inesperadas a cada paso. Perdieron varias sondas antes de lograr superar los obstáculos que iban apareciendo.
En una visita del presidente Zhorn al AstraCore, fue ella quien le relató los avances y le mostró las primeras imágenes de la superficie.
El presidente de Eldryss la escuchaba con atención. Él era el promotor del proyecto. Se había erigido en un ferviente defensor del campo tecnológico, financiando infinidad de proyectos como nunca hasta la fecha, dando peso y prioridad a científicos y tecnólogos.
–¿Funcionan ya nuestras sondas, doctora? –le preguntaba al llegar, demostrando que estaba al tanto de la marcha y las dificultades del proyecto–. ¿Estamos recibiendo datos de la superficie?
Directo al fondo de la cuestión. Aquel hombre ya mayor, poseía una viva inteligencia, formación científica y una dimensión política de las más notables que había conocido el continente.
–Sí, señor presidente. Hemos superado con éxito finalmente las interferencias en el control de las sondas –le explicaba la científica–, principalmente por el enorme campo electromagnético, la gravedad variable del núcleo y las condiciones químicas extremas.
Después le lanzaba una mirada al director Haleth, dándole la oportunidad de hacerse protagonista.
–Aquí puede verlo, señor presidente –tomaba la palabra el director–. Una nube de gas que envuelve el núcleo. En ella perdimos las dos primeras sondas, debido a su composición química extremadamente agresiva.
Era una hipótesis que la científica no compartía. Pero, evidentemente, se abstuvo de rebatirla.
–Ésta es la superficie del núcleo, si podemos llamarla así –continuó el doctor Haleth mostrando un terreno rocoso bajo una luz pobre, con destellos verdes y rojos, fruto del paso de los rayos solares por las nubes ácidas de su atmósfera–. Lo que queda de nuestro antiguo planeta.
–No es eso lo que queda, director –le contradijo el presidente–. Mire a su alrededor. Doctora Vhoss ¿puedo llamarla Khyra? ¿Qué parte del planeta estamos viendo?
–Justo la perpendicular de Eldryss, señor presidente –le respondió al momento–. Hemos optado por iniciar la exploración de lo que tenemos justo bajo nuestros pies, aunque, como sabe, no compartimos la misma rotación y eso hace que lentamente vaya variando lo que tenemos debajo.
–Eso significa que nuestra posición no es geoestacionaria –intervino el director–. Doctora, muéstrele la evolución de la posición de las sondas.
Hicieron una proyección holográfica en la que el presidente comprobó cómo las sondas descendían verticalmente y vio cómo rotaba el conjunto del sistema, aparentemente al mismo ritmo, pero al acelerar la velocidad de la proyección, el político vio cómo las sondas perdían la vertical con el continente y, poco a poco, lo dejaban atrás.
–Eso era de esperar –le reconoció el político–, tormentas atmosféricas, vientos globales, diferencias de densidad y cambios gravitacionales.
En el momento de la visita estaban en una fase inicial, analizando los primeros datos recibidos de las sondas. Ahora, ya habían llegado a probar vehículos no tripulados, a enviar jaulas de Gibensy, que eran microsistemas autónomos con los que se probaba la posibilidad de subsistencia de seres vivos en ese ambiente hostil, y habían ido mejorando la adaptación de los dispositivos para que pudieran desplazarse por la superficie, analizando los suelos de distintas regiones del núcleo.
Habían encontrado mares, lagos, ríos, con un alto porcentaje de agua, que mostraban los efectos del colapso, recibiendo cantidades ingentes de metales y otros elementos químicos como nitrógeno líquido, hidrógeno, silicatos, etc.
Todos los datos pasaban por Khyra y su equipo, que desviaba a los diferentes departamentos la información importante que les afectaba, con el visto bueno previo del director.
La joven no tenía ambiciones personales, se contentaba con participar en aquel apasionante reto. Esto le valió el no ser removida de su puesto cuando su campo se mostró como el de mayor relevancia, lo que generó envidias, recelos y reservas de los demás colegas, empezando por el director Haleth.
Ajena a todo ello, la científica se estaba ocupando personalmente de una nueva línea de investigación que todavía no había comunicado a sus superiores. No hasta que tuviese algo concreto, más sólido y fundamentado que contar.
–Draeven –le decía a su colaborador de mayor confianza, un jovencísimo investigador versátil, geofísico, criptogeólogo y con amplios conocimientos de arqueología estelar, nada menos–. Todavía no hemos encontrado pruebas de qué fue lo que produjo el colapso.
El chico buscaba en su base de datos algo que quería mostrar a su compañera y jefa.
–Khyra –le susurraba él–, justo iba a comentarte este hallazgo. Son datos e imágenes de la sonda FL-74.2.
La joven se inclinó sobre la consola, ya que el chico no quiso manejar el contenido con el holoproyector.
–¡No es posible! –exclamaba ella en estado de shock.
–Lo he comprobado veinte veces –le informaba él.
Le mostraba unas ruinas, unos restos de edificaciones que se encontraban varios metros bajo tierra, de los muchos que habían quedado atrapados por el colapso y por la caída del cuarto continente. Los geoescáneres mostraban la estructura actual, pero al operar el joven científico con un programa paralelo, éste reconstruyó la imagen estimada de lo que había sido la ciudad originariamente, antes de sumirse en el abandono o de ser destruida. Lo pasmoso era el nivel arquitectónico y el diseño que tenían ante sí. Podían perfectamente estar contemplando una ciudad de un futuro todavía lejano.
–No existen registros de nada igual en el antiguo Kelfos.
La joven se sentó junto a Draeven y casi lo empujó para hacerse con el control de la máquina. Al chico, acostumbrado al carácter espontáneo e impetuoso de su jefa, no le molestó, al contrario, le divirtió y le provocó una sonrisa.
–¿La sonda sigue ahí? –preguntó mientras tecleaba.
Antes de que su colaborador pudiese contestar, ya aparecía en la pantalla una imagen tridimensional en la que parpadeaba la posición de la sonda, todavía en pleno centro de los restos. Ella siguió manipulando el ordenador y el científico se convirtió en un observador que seguía sus operaciones con interés. Era realmente un espectáculo verla trabajar.
–A ver que nos dice –comentó cuando terminó de ejecutar la operación para la que programó la sonda.
Los datos tardaron apenas un minuto en comenzar a aparecer. Un listado de cifras acompañado de varias gráficas a su derecha.
La exclamación de ambos fue simultánea, como si la hubiesen ensayado. La espectrografía con IA cuántica arrojaba unos resultados difíciles de creer.
–Hay al menos siete componentes desconocidos en la composición de los restos –decía Draeven.
Ella lo había visto, pero su mirada estaba centrada en un dato que no tenía el menor sentido. Lo señaló con un dedo tembloroso.
–¡No es posible! –exclamó en esta ocasión el chico.
–No lo es –confirmó la científica–. ¡Treinta mil años!
Había utilizado con la sonda el método de detección de trazas del isótopo Carbono 14, capaz de remontarse hasta cien mil años en el tiempo. Para ratificar este resultado sorprendente, buscó restos de metales con la sonda y cuando los encontró, fundidos en la piedra, realizó un análisis de Titanio 44 y otro de Hierro 60, buscando trazas de estos isótopos inestables. El resultado: treinta y dos mil años.
–¡Increíble! –volvió a exclamar Draeven por enésima vez.
–Una civilización anterior a nuestra especie, a nuestra aparición en Kelfos –murmuraba Khyra más para sí misma que para su compañero–, que no ha dejado rastro ni en la historia.
–Quizás seamos sus descendientes –sugirió el joven.
–¿Descendientes que regresan a la edad de piedra? Seríamos una anomalía antropológica.
–¿Entonces? ¿Cómo lo explicas?
La investigadora estaba ensimismada, valorando implicaciones y posibilidades.
–No tenemos que explicarlo, Draeven –le respondió–, tenemos que averiguarlo, de los propios restos.
–¿Lo comunicamos? –preguntó el chico.
–No de momento –negó Khyra–. Me gustaría tener algo más que contar. Una teoría, al menos. Este descubrimiento puede ser un cataclismo político.
Cuanto más averiguaban, más crecía el misterio sobre la misteriosa civilización. Khyra se postuló sin dudarlo a la primera misión tripulada a la superficie. Logró con dificultad un puesto para Draeven en el equipo de exploración.
–Deberías haberme preguntado si quería participar –se quejaba amargamente el científico.
–Vamos, te morirías si te dejo al margen –bromeaba ella. Pero era cierto, a su colaborador le brillaban los ojos de entusiasmo ante la perspectiva de aquella aventura.
Era una misión ambiciosa, con retos muy serios, con peligros como las tormentas de plasma, las anomalías gravitacionales, los suelos inestables en constante movimiento, las altas temperaturas y la composición cambiante de la atmósfera, con nubes ácidas, zonas con un peligroso nivel radioactivo, etc. Todo eso sin contar con los peligros desconocidos con los que las sondas no se habían encontrado todavía.
La doctora Vhoss tuvo mucho que decir sobre los lugares de exploración. Draeven, a pesar de su juventud despuntaba entre sus colegas, que lo habían apodado como” el chico prodigio”. Su voz era escuchada con respeto, por lo que entre ambos, establecieron la ruta minera pero asegurándose de recalar en varios de los rastros de la civilización antigua que habían descubierto.
Siguieron manteniendo el secreto, aún a riesgo de que alguno de sus compañeros de expedición, terminase por apuntarse el logro del descubrimiento más trascendente de los últimos siglos.
El equipo envió drones con georradares para evitar las zonas de hundimiento inminente, antes de determinar dónde aterrizar. La nave descendió desde una estación espacial móvil, que haría las veces de centro de control y soporte en órbita.
Se posaron suavemente sobre la zona elegida. Los once tripulantes contuvieron la respiración hasta que se apagaron los motores. Después se liberaron de las sujeciones de seguridad y se apresuraron a colocarse los trajes presurizados con protección térmica. Estaban impacientes por salir a la superficie ¡Los primeros en pisarla en quinientos años!
Los trabajos estaban perfectamente establecidos y organizados. No podían demorarlos, ya que en cualquier momento un imprevisto podía dar al traste con la exploración y requerir un despegue de emergencia.
Ocho tripulantes salieron cuando el biotecnólogo de abordo dio luz verde. Con él, ayudando en la vigilancia del entorno y en la comunicación con la estación orbital, se quedaron en la nave el capitán y la piloto.
Se separaron en cuatro parejas usando un Trekker-9, lo último en exploración tripulada, con una cabina sellada herméticamente capaz de servir de refugio a una alta radioactividad, temperaturas altas, presiones desorbitadas, con una estructura de nanotubos de carbono y titanio reforzado, resistente a mares ácidos. Eran además capaces de modificar su propulsión rodada al modo de oruga magnética o al de aerodeslizamiento, para sobrevolar obstáculos o áreas peligrosas.
Habían realizado entrenamientos en el AstraCore y de allí partió la designación de los conductores. El empate técnico entre Khyra y Draeven lo resolvió ella cediéndole el volante del Trekker. La científica prefería dedicar toda su atención al entorno.
Todos los grupos tenían programada la recogida de muestras. Uno estaba orientado a la búsqueda de rastros de vida, recogiendo muestras aéreas y subterráneas, extrayendo cilindros de terreno blando proyectados previamente. Otro estaba orientado a la detección de composiciones minerales y químicas y, el tercero, a detección de fuentes de energía que pudiesen reutilizar para la futura colonia.
A Khyra y Draeven no les habían asignado un único objetivo. Tenían la ruta de exploración más amplia, con la misión de verificar sobre el terreno la idoneidad para establecer una base permanente de las zonas preseleccionadas, comprobando sobre el terreno las condiciones de terraformación que habían desarrollado desde la distancia.
–Zona radioactiva a la derecha –informaba Draeven–. Entramos en una nube de nitrógeno. Me suspendo para sobrevolar una placa de terreno inestable.
–Siete con dos –informaba Khyra de los datos de gravedad–. Ocho con uno a doscientos metros suroeste.
–Punto alfa a la vista –indicó él después de cuarenta minutos de trayecto.
Habían marcado cuatro lugares para su prospección. Al llegar al primero, apagaron la propulsión y analizaron desde la cabina la estructura de un área extensa de terreno.
–Parece una buena candidata –dijo el investigador en referencia a su destino como unidad de terraformación.
–Sí, pero veamos que minerales tenemos por la zona –le respondió Khyra.
Pusieron geoescáneres en marcha y cuando vieron que los datos llegaban sin novedad, activaron los biosensores y lanzaron sondas de recogida de gases a la nube tóxica que rodeaba a todo el núcleo. Retornarían a las proximidades del vehículo con las muestras recolectadas, en unos veinte minutos.
–¿Un paseo? –preguntó ella de buen humor, disimulando sus emociones.
–Creí que me lo ibas a pedir nunca –siguió él la broma.
Ajustaron los respiradores y se revisaron mutuamente los cierres del traje. El piloto hizo vacío en la cabina para evitar su contaminación y salieron.
–¡Estamos fuera! –dijo él pisando firme y dando dos saltos de euforia– ¡Nuestro planeta! ¡Nuestro pasado!
Ella aguantó la risa, pero le hizo un gesto a él apuntando al cielo y después a su casco. Todas las conversaciones eran recogidas por la nave y por la estación orbital, al igual que las imágenes de las cámaras del Trekker.
Caminaron, exploraron, al principio como niños, como turistas, para pasar pronto al modo adulto y profesional.
–Aquí había una anomalía en el subsuelo –dijo ella en código cuando llegaron a la superficie de una de las ciudades antiguas.
–Lo recuerdo –dijo Draeven disimulando el verdadero tesoro que había abajo–. Voy a colocar los geosensores de profundidad.
–Cuidado al pisar –advirtió Khyra–, suelo inestable.
Justo al terminar de decirle esto, el suelo cedió bajo los pies de la chica. Perdió el apoyo y cayó. Alcanzó a oír el grito de Draeven que la llamaba por su nombre, mientras se precipitaba a gran velocidad por lo que parecía una pendiente o una ladera subterránea.
Draeven corrió hacia el punto en que había desaparecido su compañera. La preocupación le hizo cometer la una imprudencia, un error de novato. Con el impulso de ir en su ayuda, cayó en la misma trampa que ella, aunque él se dio cuenta de que no era el suelo el que fallaba, había una falsa superficie que cedía con su peso y que lo hizo caer en una especie de tobogán por el que se deslizó a gran velocidad. Intentaba ver por dónde se movía, pero sólo vislumbró las paredes del tubo por el que se deslizaba, de unos cinco metros de diámetro.
Al decrecer el desnivel, la velocidad disminuyó hasta que con suavidad, el tubo se volvió horizontal y se abrió a una estancia vacía. Khyra estaba de pie, explorando una pared, sana y salva. Al menos de momento.
–¡Draeven! –le regañó al verlo aparecer–. ¿Cómo te has metido…?
–Lo sé, lo siento –la interrumpió él disculpándose–. Cuando te vi desaparecer se me nubló la mente.
Ella le tocó el lateral del traje, en un gesto de agradecimiento y comprensión.
–Yo habría hecho lo mismo –le dijo.
Se miraron con afecto a través de los cascos.
–Esperaba una caverna, una cueva, pero esto es una entrada en toda regla a la ciudad –continuó la astrofísica.
–¿Y la luz? ¿De dónde proviene? –preguntó el chico.
–Parece que de las paredes –le respondió Khyra–. Son una especie de materiales fluorescentes, azulados.
El criptogeólogo se acercó a tocarlos. Se intensificó la luz al hacerlo. La única salida que se veía era el propio tubo por el que habían caído.
–Tenemos tres horas de autonomía –dijo Khyra preocupada consultando su indicador del depósito de aire.
–Debemos estar al menos a unos cien metros de profundidad –comentó el científico.
Ella consultaba la pantalla de su antebrazo pulsando varias zonas del reducido aparato de control.
–Draeven –llamó su atención–, mira la composición del aire.
Mientras él lo hacía, ella despresurizó su traje y desbloqueó el casco. Con una secuencia sobre la pantalla, la esfera se abrió, recogiéndose hasta la mitad, dejando su rostro expuesto al ambiente.
–¿Qué diablos? –exclamó el chico. Y repitió la maniobra de Khyra, liberando su casco.
Ni siquiera se encontraron con el esperado aire viciado de un lugar cerrado y sin recirculación. Era evidente que la había, ya que el aire era fresco y parecía puro.
La voz los pilló por sorpresa.
–Doctora Vhoss, doctor Dhoran –resonaron sus nombres en la sala–. No se inquieten, sólo queremos hablar con ustedes. Por favor, accedan a nuestro hábitat.
Una de las paredes se deslizó, dejando una abertura por la que pasar. Tras ella, un pasillo iluminado los aguardaba. No era de roca, como la sala, sino de un material que les resultó desconocido. Algo parecido a la fibra de carbono. La joven fue la primera en introducirse por la abertura, después de cruzar una mirada de entendimiento con su compañero.
El pasillo resultó tener unos ciento cincuenta metros. Al recorrerlo notaron cómo atravesaban barreras de presión, que impedían la entrada de gases o microrganismos a la zona hacia la que se dirigían, actuando a modo de cortinas o filtros de aire.
Tras una de ellas, apareció una estancia mucho mayor que la que los recibía tras la caída. Llamarla estancia era una burda aproximación a lo que veían. Parecía que hubiesen entrado en el interior de una nave espacial o un laboratorio ultramoderno, con un mobiliario integrado en suelo y paredes, paneles repletos de botones, luces y cientos de pantallas en las que podía verse la superficie del núcleo, los continentes desde diferentes ángulos, las islas. Y no faltaban la estación orbital, el campamento base donde destacaba su nave e imágenes de los otros grupos de exploración.
Los seres que veían manipular los controles eran los seres vivos más extraños que habían conocido en su vida. Cuerpos esbeltos, altos, traslúcidos, con vetas de luz en su interior que cambiaban de intensidad. Extremidades finas, bípedos. Lo que podían ser sus órganos eran tres hendiduras en su cabeza que parecían emitir una luminiscencia cuyo uso que no podían adivinar. Manos con tres dedos largos parecían vibrar en algunos de ellos.
Dos se acercaron a los exploradores. Parecían caminar flotando sobre el suelo. Khyra, inconscientemente, cogió la mano de Draeven, quien, a través del traje le devolvió un apretón de apoyo.
–Doctores –les dijo la forma–, soy T´lak. Ella es An´brt. Bienvenidos a nuestra base. Somos admiradores de su trabajo.
Era la voz que habían escuchado antes. Al hablar, los colores de las luces de su interior variaban. Podía significar que la voz se construía a partir de variaciones de frecuencia, pero los jóvenes apostaron a que se comunicaba telepáticamente.
–¿Cómo es que conocen nuestro trabajo? –preguntó Khyra.
La forma femenina brilló y cambió varios de los tonos luminiscentes de su cuerpo.
–Utilizamos la neurocomunicación para comunicarnos, les explicó–. Esto nos hace sincronizar las ondas mentales que se mueven por el espacio. A través de una red de resonancia, podemos leer los pensamientos a largas distancias.
–¿Quiénes son ustedes? –preguntó Draeven–. ¿Qué son?
Las dos formas se comunicaron entre ellas. Esto les pareció por la actividad lumínica que vieron en su interior.
–Se lo mostraremos –dijo T´lak–. Acompáñennos, por favor.
Los condujeron al centro de la estancia, y los dedos de An´brt vibraron sobre un panel. Esto activó un holoproyector cuyo funcionamiento les fascinó. Se vieron dentro de la proyección, flotando en el vacío estelar a poca distancia de un planeta.
–Nuestro mundo, Nve´mrhon –les narró la forma masculina–. Somos una raza curiosa, exploradora. Hace varios miles de vuestros años, cuarenta y cinco mil, aproximadamente, establecimos una colonia en Kelfos, una explotación de materias preciosas para nosotros, pero también para estudiar, analizar y seguir la evolución de la vida en vuestro planeta, con la intención de pagaros en algún momento vuestras materias primas.
–Principalmente la de la especie dominante –dijo la voz suave de An´brt que se formó en su mente–, los homínidos. Vuestros antepasados. Pequeñas tribus distribuidas por un territorio inexplorado, por colonizar.
–Nuestros estudiosos construyeron ciudades, de ahí esas ruinas que habéis descubierto. Cuando vuestra especie comenzó a descubrir territorios, las sepultamos y nos trasladamos al subsuelo, a bases como ésta.
Los dos jóvenes imaginaron a aquella raza avanzada viéndolos cazar para subsistir, pintar cavernas, descubrir el hierro, construir un lenguaje.
–Somos una raza longeva –dijo T´lak–. Navegamos por el cosmos desde hace eones.
–Nosotros empezamos a frecuentar esta hace unos cinco mil años –les indicó An´brt–. Nos fascinaba vuestra evolución.
–Llegamos a pensar que vuestros antepasados se extinguirían –comentó T´lak–, pero siempre superaban las crisis y sobrevivían.
–¿Qué pasó hace quinientos años? –preguntó Khyra en un momento de inspiración. Al menos habían sido testigos de lo sucedido.
Las luces interiores de las formas parecieron enloquecer por el intercambio de información, tras el cual parecieron languidecer. Los jóvenes pensaron que aquel juego de colores también debía tener algo que ver con emociones.
–Un accidente –susurró T´lak en tono bajo–, un terrible accidente.
–Nosotros manejamos las energías gravitacionales –explicó con tristeza An´brt–. Obtenemos la energía cuántica necesaria para nuestra subsistencia del núcleo de los planetas. Una fracción muy pequeña de la gran energía que poseen.
Vieron en forma de holograma cómo extensas redes de nanotubos comunicaban sus ciudades con un núcleo y se transformaba la energía del planeta en otra forma que no conocían.
–Lo que hacemos es crear una diminuta singularidad controlada en cada núcleo de un planeta –dijo T´lak.
–Que en este caso se descontroló –adivinó Draeven.
–Y la singularidad comenzó a devorar la materia interna del planeta –añadió Khyra.
–Es exactamente lo que pasó –reconoció An´brt.
–No tuvimos más remedio que cortar vuestra sujeción con el núcleo para evitar que os absorbiera –explicó T´lak.
–Funcionó. Se perdieron millones de vidas, pero se salvaron miles de millones –dijo An´brt.
–Excepto para el cuarto continente –expresó Khyra mientras veían desde dentro del holograma el ascenso y la caída de Drak´zuun.
–Se agotó la energía que controlaba la singularidad –se lamentó An´brt–. Un generador explotó y se produjo una reacción en cadena. Trabajaban al límite y los perdimos.
–También perdimos a miles de los nuestros –continuó T´lak–. Sólo dos bases sobrevivieron y, desde entonces, controlamos el equilibrio gravitatorio frágil e inestable de los continentes.
–¿Por qué no habéis interactuado con nosotros? –les preguntó Khyra.
–No debemos –expresó con alarma An´brt–. No estáis preparados todavía.
–Os destruiría –añadió T´lak.
–Debéis guardar este conocimiento –pidió An´brt–. El futuro de vuestro mundo depende de ello.
Despertaron junto a su Trekker. Los recipientes de muestras estaban llenos junto a ellos.
Se miraron consultándose con la mirada si lo que habían vivido era real. Sabían que sí, aunque parecía una locura, visto ahora de nuevo desde la superficie del planeta.
La voz de An´bert en sus mentes, hizo desaparecer las pequeñas dudas sobre la realidad de la experiencia.
–Volveremos a hablar con vosotros –les decía–, pero recordad, guardar el secreto por el bien de vuestra especie.
Las muestras de gases caían como una lluvia de realidad desde la atmósfera. Eso les indicó el tiempo que había transcurrido desde su lanzamiento. La visita a la base de las formas había durado veinte minutos.
Un instante efímero para conocer de primera mano eones de historia antigua.
Como en los mejores relatos de «fantascienza» José…: la verdad no es sólo un descubrimiento, sino un dilema y como en este caso casi una carga… ya que Khyra y Draeven se enfrentan a un conocimiento que no pueden compartir, atrapados en una paradoja moral digna de tu queridísimo Asimov. La pregunta podría ser: ¿es mejor iluminar a la humanidad o protegerla de sí misma?
En fin, el conocimiento no siempre es poder…
Ironia simpática del relato: los «chicos» llegan como pioneros, estudiosos, pero descubren que siempre han sido sujetos de estudio, piezas en un tablero más antiguo de lo que jamás imaginaron.
Fantástico 😉
Gracias Maurizio. Tus comentarios comienzan a ser casi más interesantes que los relatos. Te agradezco tu análisis. Es cierto lo que dices sobre los dilemas morales, que aparecen en tantos momentos de nuestra vida. Y me alegro mucho de que te haya gustado. Eso me motiva mucho. Gracias.