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VIENTO DEL NORTE

Publicada el 4 de septiembre de 20253 de septiembre de 2025 por José Ramón Entenza

O la fuerza de la naturaleza

Últimamente, debido al relax seguramente, viendo que se aproxima el otoño pero aun en periodo estival y, a tener más tiempo libre, a mi mente afloran recuerdos profundos cada vez que pienso en un tema para un post. En este caso, contemplando el océano que baña la zona donde vivo, en un día algo nuboso y viendo a grupos de remeros entrenarse bajo la lluvia, pienso en la rudeza con que, a veces, la naturaleza trata al hombre: sunamis, sequías, nevadas extremas, ventiscas, lluvias torrenciales, inundaciones, tifones, tornados, huracanes, seísmos, volcanes, riadas, tormentas de arena…

Todos ellos son fenómenos destructivos pero que, al mismo tiempo, guardan relación y forman parte del equilibrio natural de la Tierra. Y nosotros, que cohabitamos este planeta, nos vemos desbordados por ellos. No podemos detenerlos, tal es su fuerza, su virulencia. Son el recuerdo vivo de que no somos los dueños de este planeta, sólo huéspedes, y que la Tierra respira, tiembla, se sacude y se defiende por sí misma.

Es evidente que esta realidad nos obliga a recordar que la vida se sostiene en un delicado equilibrio entre vulnerabilidad y adaptación. Pero sabemos que en esa debilidad radica también nuestra fuerza, porque ante cada desastre, el ser humano se recompone, se reinventa, aprende de lo vivido y reconstruye lo que ha sido devastado, más sabio, más resolutivo y más sólido.

El hombre ha reflexionado desde sus orígenes sobre este poder que tiene la naturaleza y lo ha recogido en todo tipo de manifestaciones artísticas, filosóficas y, desde luego, literarias. No tenemos más que pensar en “La Odisea” y las obras contemporáneas a ella, en la que la relación entre los fenómenos atmosféricos y la ira de los dioses es constante: el mar embravecido o la tempestad son castigos divinos que caen sobre el ser humano cuando éste se desvía del culto y del respeto a lo sagrado.

En “El Rey Lear”, William Shakespeare convierte las tormentas en espejos del caos interior de sus protagonistas, el huracán que recoge su texto, refleja la locura y la ruptura del orden.

Si pasamos al romanticismo, encontramos muchos ejemplos. En esta época el clima es un protagonista. Recordemos “Cumbres Borrascosas”, en el que tormentas, rayos y ventiscas son la expresión externa y explícita de pasiones desbordadas. La obra de Emily Brontë es toda ella una tempestad en forma de novela.

En la literatura rusa, las nevadas infinitas son tanto un obstáculo físico como metáfora de aislamiento y resistencia, empatizando la dureza del clima con la de la vida de los personajes de Tolstoi, Dostoievski y tantos otros, que interiorizan y trasladan la meteorología adversa al alma de los protagonistas y del conjunto de la humanidad que habita aquellas latitudes.

En el realismo mágico, encontramos el reflejo de las lluvias torrenciales, los vendavales y las sequías. En “Cien años de soledad”, para García Márquez, el diluvio de Macondo es a la vez purificación y condena.

En la poesía contemporánea, los reflejos poéticos de estos fenómenos naturales se reconducen como alegorías íntimas de los protagonistas: la sequía del espíritu, el sunami de pasiones, el rayo del amor o la calma tras la tormenta.

Muchos nos hemos visto o vivido de cerca alguno de estos castigos de la naturaleza, una muestra terrible de su ira. O de fenómenos que sólo insinúan que el poder o la fuerza con que los elementos está ahí, a la vuelta de la esquina. Y que pueden borrar de la faz del planeta a algo tan frágil como el ser humano.

Hace unas semanas viví una experiencia que había aplazado demasiado tiempo, hice una navegación a vela de cierta entidad (acompañado de curtidos marinos). Navegué con vientos de fuerza 6 y 7 en un velero de bastantes metros, con un volumen de vela considerable. Estoy hablando de vientos de 50 a 60 kilómetros por hora que no son para cualquier navegante, aunque repito, yo iba muy bien acompañado. Pero cuando yo llevaba el timón, experimentaba esa lucha constante con el viento, brazo a brazo, deslizándome por la fina línea del máximo riesgo para la embarcación mientras mis compañeros me jaleaban. Unos locos, me parece ahora en perspectiva, subidos a un corcho queriendo jugar a controlar una fuerza incontrolable. Pero lo volveré a hacer, y lo recomiendo sin ningún género de duda.

Esto es una de las experiencias que me hacen pensar, porque he vivido otras, nevadas terribles, riadas y otras vicisitudes, que me reafirman en todo lo anterior.

Pero ya te habrás fijado en la imagen destacada de este post, que necesita de una explicación. Es una imagen, más o menos fiel, de otra grabada en mi memoria. Se trata de una escena de “Viento del Norte”, la laureada obra de Emma Quiroga que data de 1950, y que llegó a ser la primera mujer en ingresar en la RAE. En dicha escena, Marcela, la protagonista, una labriega que muy joven es desposada por el señor del pazo, se acerca al despacho de su marido, terreno vedado para ella y, entreabre la puerta. La noche está siendo testigo de una de las mayores tormentas que se han visto en el lugar: viento, relámpagos, truenos y lluvia feroz cayendo sobre la casa y sus tierras. Allí observa cómo su esposo tiene la ventana abierta y todos los objetos de la estancia, libros, lámparas, papeles… vuela, rueda, cae, golpea. En medio de todo ese caos, la silueta del hombre permanece inmóvil junto a la ventana, sin que la ira del exterior la pueda doblegar.

Es una alegoría de la resistencia de un hombre, o su indiferencia ante la fuerza de la naturaleza, viviendo una tempestad mucho mayor que aquella en su interior, que parece retar a los elementos, demostrando un temple fuera de lo común.

Es una característica que estoy seguro que compartimos todos, quizás a través de vivencias atávicas ocultas en nuestro ser, de locura genética, o simplemente de la ilusión o el sueño de poder vencer a la incontenible fuerza de los elementos.

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Sobre el autor

Soy José Ramón Entenza, natural de Marín, en Pontevedra, Licenciado en Ciencias Físicas, Graduado en Farmacia y Licenciado en Derecho. He cursado estudios de doctorado en Inteligencia Artificial, y he publicado artículos de divulgación científica en diversas revistas especializadas y realizado numerosas ponencias internacionales de carácter científico... [leer más]

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