O la locura de la vida moderna
Tenemos suerte, eso creo. Vivimos en paz, en una sociedad desarrollada, en la parcela del “mundo libre” que nos ha tocado habitar. Yo sólo he conocido esta sociedad del bienestar: Europa, democracia, libertades, progreso, tecnología, comodidad, seguridad, sanidad, protección.
No voy a hablar de política, siento una profunda aversión hacia ella, pero sí necesito dar una pequeña pincelada de situación, aunque lo que me interesa es la parte social.
Tenemos una guerra a las puertas, en pleno centro de Europa. También tenemos problemas sociales que se agravan y no parece que se vayan a solucionar fácilmente, el principal es la inmigración, dicen, que amenaza los pilares de ese estado del bienestar que hemos disfrutado tantos años. Sin olvidar las tensiones políticas y económicas a que nos empujan desde el otro lado del atlántico. Y una Unión Europea maravillosa que siempre me ha parecido un infante ingenuo e inoperante, jugando en medio de corrientes mundiales mucho más poderosas. Una organización que no ha aprovechado el tiempo para hacerse fuerte, y que ahora deja ver sus costuras en estos momentos de tensión, frente a las exigencias de algunos aliados y las amenazas externas.
Es un panorama bastante desolador para quienes hemos vivido momentos mejores, de más bonanza. Fruncimos el ceño pensando en nuestros hijos y en la herencia que les dejamos. Aquello que comentaba en un post reciente sobre una comunidad de escritores que se confabularon para dejar a las generaciones futuras un mundo mejor que el que ellos habían encontrado… no parece viable para nosotros cumplir un propósito tan hermoso. Ojalá que sí lo sea.
Pero me estoy desviando mucho del tema del post. Sin duda te preguntas qué relación tiene este discurso con el título de mi entrada. La tiene, pero intentaré concretar un poco más.
Hasta aquí, mi pretensión era introducir el dibujo de nuestro entorno, con una pincelada de actualidad. Pero, desde una óptica más cercana, debo abordar las tensiones que soportamos en la sociedad a la que pertenecemos. He nombrado alguna, pero hay otras que nos afectan más directamente: vivimos en una sociedad de consumo, la cual nos crea con su marketing y el aluvión de información, la necesidad de comprar bienes y bienestar. Es una sociedad en la que los individuos competimos por demasiadas cosas, y eso nos obliga a producir (a monetizar, como se dice ahora), para poder llegar a permitirnos esas necesidades con las que soñamos.
Por mi trabajo en la Farmacia, veo a un número elevado de personas, muchas de ellas jóvenes, que están bajo tratamiento de psicofármacos. Pero también lo observo en personas de mi entorno, amigos, compañeros de trabajo. Muchas acuden a terapia por uno u otro motivo, todos relacionados con problemas adquiridos a consecuencia de situaciones complejas, traumas sociales o familiares, y muchos otros motivos que forman una escalofriante e interminable lista.
Hilando esta realidad con lo anterior y desde mi respeto y fascinación por la profesión de psicólogo, de la que he dejado buena constancia en alguno de mis libros, noto una deriva en la sociedad que me hace pensar en un panorama preocupante como sociedad y como individuo. Noto un abandono de valores tradicionales como son la familia, la amistad, la relación, los noto en crisis, cuando para mí son pilares sociales e individuales fundamentales. Cuando veo que recurrimos cada vez más a la web para conocer a otras personas me aterroriza pensar a dónde conducimos al individuo, privándole del tiempo suficiente para que estos procesos sean más naturales. Ojo, conozco parejas y grupos formados así que son un modelo para mí, no es a ellos a quienes critico, sino a la sociedad que nos priva de otras opciones.
Yo me atrevo a afirmar que el auge de los problemas psicológicos, el de los tratamientos, el de las terapias, el sufrimiento recurrente de tantas personas con una enfermedad que es muy seria, viene en gran parte a consecuencia de la insatisfacción, la frustración y el estrés. De éste último podríamos hablar horas, como la pandemia que es para estas sociedades del bienestar de las que hablamos al principio.
La prueba más categórica de esta atrevida afirmación la veo en personas que están absolutamente integradas en este ritmo descabellado, monetizando cada aspecto de su día, programando cada minuto de su tiempo para comer, para hacer deporte, para tal o cual actividad cuya conveniencia está más que documentada y probada (por la propia corriente que la publicita), y lo más relevante, personas triunfadoras, de éxito innegable, que son las que más padecen los problemas mencionados ¿No es un contrasentido? Trabajar duro para conseguir un objetivo que, en lugar de producirnos bienestar, nos causa una enfermedad.
Lo he vivido, claro. No hablo desde mi atalaya de supervisión a salvo de estos efectos, ni soy ajeno al mundo, ni lo observo desde una torre de cristal. No podemos aislarnos ni abstraernos fácilmente en esta sociedad, porque tenemos trabajos, familia, amigos y responsabilidades. Necesitamos convivir, producir y triunfar. No podemos obviar que también somos un parte del todo.
¿Y por qué una persona optimista como yo se pone a dar un discurso con un tono grisáceo? Como es fácil de adivinar, he vivido recientemente un episodio de cerca que me ha llevado a hacer esta reflexión. Una persona tan exigente que ha llevado al extremo la optimización de su agenda, hasta provocar una sobrecarga que era evidente que llegaría. Y esto ha hecho saltar a mis sentidos arácnidos.
No me gusta hacia dónde camina esta sociedad, la mía. Una que está repleta de buenas personas, amables, simpáticas, ocurrentes, generosas… que son empujadas a esa trampa de la que hablamos. Algo habrá que hacer en la medida que podamos. Habrá que defender las banderas de los valores, de las gentes de bien, y relativizar el éxito, el estrés y nuestra loca forma de vida. El éxito se consigue de muchas maneras, pero no sólo existe el profesional o el económico, hay muchos otros aspectos tanto o más importantes.
No hagamos nuestros los discursos de otros. Hay muchos gurús que te cuentan cómo han llegado tan lejos y tan alto, pero que están haciendo su negocio con ello, arrastrándote a una carrera sin fin. No te creas todo lo que dicen. Piensa por ti mismo, construye tus propias ideas, tu visión directa y valiosa de la vida. NO permitas que ellos lo hagan por ti. Escapa de todo aquello que te cause estrés. Créate un sistema de premios, quiérete. Disfruta de tu nivel de éxito, antes de buscar más. Disfruta de las personas que te quieren.
Y si logras que este proceso se contagie a tu alrededor, quizás, entre varios, consigamos dejar un mundo un poco mejor del que nos encontramos al llegar a él. O al menos lo habremos intentado.
Una gran profundidad en este análisis. No es común encontrar reflexiones sobre este tema. Hacerse responsable de ir “más allá” no es algo común hoy en día. Gracias por compartirlo.
Gracias por apreciarlo, Ana. He tenido bastantes comentarios en este sentido en línea privada. Los agradezco todos aprovechando tu entrada. Muchísimas gracias.
Querido José, tus textos, como siempre, son una mosca cojonera, no dejan de molestar hasta que les encuentro una forma lúcida de interpretación…
En este caso, comparto cada una de las palabras que componen este texto. Y, después de darle muchas vueltas, me gusta añadir que tal vez haya un problema en nuestra sociedad que podría estar a la base misma de todos los problemas sociales… Bueno, la verdad es que podría ser sí un origen, però al mismo tiempo también podría ser un efecto de todas las patologías sociales que tu nos invitas a observar. Este problema según como yo la veo está en la erosión de la empatía genuina. En fin, la capacidad de sentir con el otro. En un mundo cada vez más mediado por pantallas, donde el vínculo se filtra por algoritmos y apariencias cuidadosamente curadas, la conexión real se va al car…, se diluye. La virtualidad impone una máscara —una versión de nosotros mismos que compite por validación (VALIDACIÓN!) más que por verdad— y en ese juego, el otro se convierte en espectador, no en prójimo. Así, el tejido social se afloja, no por falta de contacto, sino por exceso de simulacro. Y en un simulacro todo vale, todo tiene valor y al mismo tiempo no lo tiene… Familia, amistades, etc… Todo está, siempre más, dentro de una simulación.
En fin, simulamos sentir, cada día más.
individualismo de masa? Mah, quizás…
Estimado Maurizio, te agradezco tu aportación, que como casi siempre, enriquece y mejora la mía. Siempre vas más allá de mi alcance, entrando en este caso a analizar las malas praxis de nuestra sociedad. Evidentemente coincido, aunque insisto, el efecto que causa sobre el individuo es un signo de alarma muy preocupante. Muchísimas gracias.
Agradecida por tus aportaciones semanales José Ramón y con temas con tanta profundidad como este..
«…nos vendieron tanto bienestar que no hay manera de poder estar bien…» (Fito & Fitipaldis).
Muchos problemas que hay ahora son la consecuencia de esa perdida de valores «tradicionales». Mis abuelos simplemente no tenían tiempo de agarrar una depresión, había que sobrevivir. ¿A donde vamos? ¿A la deriva? Pues ni tan mal porque otra vez Fito & Fitipaldis «…hay cosas que solo se ven si pasas cerca del abismo…» Así que allá vamos para que pase lo que tenga que pasar y quizás es lo más efectivo para pasar al próximo nivel.
En una época de la historia donde el Estado pretende controlar todos los ámbitos de la vida de la persona, la familia es el bastión que hay que destruir porque siempre será un refugio. Lo han conseguido. Y aunque las familias no son perfectas, las lealtades familiares son inquebrantables. Más que cualquier otro vínculo.
Cuando desaparecen todas las instituciones intermedias (iglesia -ya la tienen desacreditada tanto por méritos propios como por intención deliberada-, comunidad de vecinos -cada uno va a lo suyo y ni conoces a tus vecinos del bloque-, familia -los cimientos de la convivencia y de la civilización, la institución más antigua-, escuela -ya la tienen secuestrada-, etc.) entre el individuo y el Estado, queda la persona… aislada, vulnerable y muy fácil de manipular.
Por eso es muy importante asociarnos y colaborar entre nosotros de forma voluntaria y consciente. Los lazos de cooperación son una protección para nosotros mismos, frente a la alienación y al aislamiento. Y aquí el consumismo entra en escena para llenar vacíos. Las adicciones de todo tipo, empezando por la adicción al trabajo, pasando por la comida, el alcohol y como no, el sexo y los juegos de apuestas. Todos generan dopamina y otros transmisores neuronales que nos hacen sentir bien pero por poco tiempo. Porque al rato vuelve esa «incomodidad» de fondo que tenemos en nuestras vidas. Quizás puede ayudar la gratitud… y el que tenga niños… que vea el mundo a través de los ojos de un niño. Todo se ve nuevo siempre. Y los niños tienen la habilidad de anclarte al presente. Me lo aplico 😊 y de la Unión Europea mejor no digo nada. Un placer leerte.
El placer es mío, Beatriz. Reflexionas, construyes y clarificas la base de mis post. Esto, como puedes imaginar, me hace muy feliz. Muchísimas gracias por tu pluma viva e inteligente. Me preocupa el día en que no estés para nada de acuerdo conmigo, es broma, seguirá siendo un placer. Estoy seguro que los demás lectores coinciden conmigo.