O la tierna infancia literaria
Se me ha ocurrido contarte aquella primera experiencia, aunque resulta difícil trasladarse a la mi época juvenil, con una perspectiva tan amplia como lo que puedo atesorar hoy, y entender los motivos, los sentimientos y los impulsos que me motivaron.
Era un lector ávido, un joven sensible y un romántico idealista. Esa definición se podría perfectamente utilizar hoy para mí, matizando el adjetivo joven con un complemento de espíritu (la edad es un estado de ánimo, dicen).
Pero las palabras no significan lo mismo hoy que cuando el que suscribe tenía dieciséis años.
Mi pasión por la lectura me ha hecho tener desde muy joven un vocabulario extenso y rico. Los primeros escarceos con la escritura fueron poemas, textos cortos, redacciones escolares. Era mucho más tímido que hoy, te lo puedo asegurar. Incluso más que el estándar o la media. Pero los pocos a los que dejaba leer mis escritos quedaban gratamente impresionados. Recuerdo que en mi último año de instituto le pasé un escrito al que era el compañero director de la revista estudiantil. Era un relato que ni estaba en la línea periodística y actual de la revista, ni tenía cabida en ninguna de las secciones. Lo leyó y recuerdo una mirada suya que parecía dirigida a un marciano, no sé por qué. “Esto se publica”, me dijo. Ni siquiera recuerdo de que iba la historia, aunque imagino por la época que se trataba de un relato original, sentimental, con un estilo de prosa poética, mi manera de expresión durante aquellos años.
¿Fue un detonante para que yo continuara escribiendo hasta hoy? No lo creo. Diría que un paso en esa dirección. Me influía más la aceptación entre mis amigos, su aprobación, su sorpresa. Por aquellos tiempos empecé a escribir más en serio, con una estructura y ya el embrión de lo que pretendía ser una novela algún día. Era una historia de aventuras muy del estilo de mis héroes James O. Curwood y Jack London. Ambientada en las gélidas tierras de los Grandes Lagos, las Montañas Rocosas, donde se situaba para aquel joven escritor un espíritu indómito y la naturaleza en su estado más puro.
Escribí un buen número de páginas, varios capítulos que me acompañaron durante años. Los conservo todavía. Pero con el paso del tiempo, los fui convirtiendo en una parte de un proyecto mayor de lo que ha sido mi primer libro, aún inédito, La Esfera Azul. El protagonista de aquel primer relato se convirtió en uno de los siete personajes de esa novela, un relato de fantasía que está en fase de publicación, que tiene la particularidad de desarrollarse en diversos lugares del universo y en diferentes épocas, y en el que los siete personajes principales se van encontrando. Así que uno de ellos es aquel aventurero que nació de mi pluma en mi juventud, mi primer personaje, mi primer relato.
Mi camino se ha desviado de aquella pasión por la literatura salvaje, ampliando las miras hacia lugares mucho más lejanos, en otros planetas, en otras épocas, con otra profundidad en los personajes. Comencé en la universidad Ciencias Físicas, y mi escritura se lanzó de cabeza hacia el futuro, la ciencia y la imaginación. Leí a Carl Sagan, Asimov, Herbert, Clarke, Heilen, Simak y tantos y tantos otros. Era la edad de oro de un género nuevo, la Ciencia Ficción, aunque no tan nuevo si pensamos en Julio Verne o H. G. Wells. Pero sí que fue una explosión increíble. Una ventana hacia lo que podría ser nuestro futuro, a otros mundos, otras especies. Todo aquello era como un imán para un estudiante de ciencias. Además, los años ochenta y noventa fueron de una expansión tecnológica descomunal.
Curiosamente, mis relatos posteriores, aunque casi siempre relacionados con la tecnología o la ciencia, no se pueden catalogar de ciencia ficción. Son thrillers, alguno de intriga científica, suspense en su máxima expresión. El último es simplemente una novela de espías, original, dinámica, con guiños a la historia de los países donde se desarrolla, muy actual y, no relacionada con la ciencia.
Mi manera de escribir también ha cambiado mucho desde aquella prosa poética de los inicios, que no creo haber perdido del todo, pero que ya no es el hilo conductor de mi escritura. Entre mis próximos proyectos, hay alguna idea sobre historias que transcurren en otros mundos y en un tiempo futuro, por lo que puede ser un regreso a la fantasía o a la ciencia ficción. Como empiezo los relatos con una brújula, sin más, no sé a sonde conducen, pero me hace ilusión dejar libre la imaginación después de varias obras de actualidad, que han exigido a mayores un laborioso trabajo de documentación.
Las personas cambiamos y nuestra forma de ver la vida y de crear historias también. Pero algo queda siempre, afortunadamente, del niño, el joven, el adulto que fuimos.
Esa es otra de las razones por las que me gusta tanto escribir: me hace crecer, evolucionar, y me enriquece.
«Mi pasión por la lectura me ha hecho tener desde muy joven un vocabulario extenso y rico»… esa es la clave, ese es el valor que intento transmitir como madre. Es una semilla que tengo la obligación de sembrar. No sabía que venía de tan lejos esta afición por la lectura y la escritura. Una persona que lee y escribe bien marca la diferencia en una sociedad donde está bien visto ser mediocre.
Gracias Beatriz. No pierdas la esperanza. Mi hijo fue un lector muy esporádico, pero desde los veinte años, compra los libros de diez en diez y ha comenzado a escribir. Aunque sí, coincido contigo en que lo que vas leyendo es cultura que estás absorbiendo, que te aporta y te hace tener una perspectiva mucho más amplia. Cada lector tiene un momento y una manera diferente de madurar. Ya lo comprobarás con tus hijos.
Me gusta saber que ese chico sigue viviendo en ti, y que de algún modo has seguido alimentándolo para que se mantuviera inspirado. En el fondo, un escritor es el resultado del equilibrio entre todas las personas que ha sido. No hay una sola versión de quien escribe, sino un enjambre de voces, gestos y destinos. Uno puede olvidar algunas de sus voces, pero en el fondo siguen actuando, siempre.
Ocurre algo parecido con la cultura… A este respecto, me viene a la mente una frase (no logro recordar el autor…): «La cultura es todo lo que te queda cuando ya has olvidado todo».
Inspirador, como siempre José.
Ciao
Aquí asoma el maestro: una manera perfecta de plasmar lo que es ser escritor: voces, gestos, destinos. La multiplicidad, la complejidad de la persona. El escritor profundiza en si mismo para darle forma a esas voces que susurran, es cierto. Un proceso mágico y maravilloso que nos hace volver una y otra vez a ponernos ante un papel en blanco. Que hermosa interpretación, Maurizio. Gracias.