O por qué sucede aquello de esta manera
Creo que me lo he preguntado siempre. Es inherente a mí y me imagino que a muchas más personas. Estamos rodeados de objetos, de sucesos, de otros organismos vivos. Vivimos observando y eso implica preguntarnos cosas.
Recuerdo que en el primer número de la revista de divulgación científica que tuve la gran suerte de dirigir, abrimos una sección de curiosidades relacionadas con la ciencia. Era su estreno y el apoyo recibido desde el rectorado y desde los decanatos para darnos a conocer, además del hecho de ser íntegramente editada por alumnos universitarios, trajo un relativo revuelo en el ámbito académico. Y este revuelo trajo consigo para el que suscribe un buen número de entrevistas en varios medios locales y regionales, prensa, radio y televisión.
El primer ejemplar terminaba con una sección llamada “curiosidades de la ciencia”, que consistía en una serie de preguntas abiertas, a modo de pasatiempos. En todas las entrevistas, sin excepción, me hacían preguntas sobre una de aquellas curiosidades: ¿Por qué hace espuma el mar?. Yo los remitía al pie de página, que anunciaba: las soluciones en el próximo número. Pero volvían a la carga. Piensa que era una época en la que no existía google ni buscadores de ningún tipo, ni había smartphones. Los únicos teléfonos móviles que existían contaban con una pequeña pantalla LCD monocromática para texto, tenían una escasa capacidad de intercambio de datos que sólo admitía SMS, y tenían un volumen y peso notables. Tampoco abundaban los ordenadores personales y el sistema operativo por excelencia interactuaba con el usuario mediante comandos de texto. Así que algo tan sencillo hoy en día, como es buscar la respuesta en el móvil a una eventual curiosidad en cuestión de segundos, no existía entonces. O sea, que para obtener la respuesta a aquella pregunta, había que presionar a la fuente. Y eso hacían.
Este interés sobre aspectos cotidianos y comunes, se multiplica cuando nos hacen fijarnos en cosas sencillas que solemos tener ante nuestros ojos y sobre cuya causa jamás nos habíamos parado a pensar. ¿Por qué los árboles no crecen indefinidamente? ¿Por qué algunos insectos caminan sobre el agua? ¿Por qué sentimos “mariposas en el estómago”? ¿Por qué el cielo es azul? La lista, créeme, es infinita.
Pero lo principal para este post, es llamar la atención sobre los fenómenos que nos rodean y nuestra reacción ante ellos. No sólo hoy, sino a través de los tiempos.
Seguro que existió la creencia de que la espuma del mar era un susurro de los dioses, o la risa de criaturas invisibles. Hubo un tiempo en el que el cielo azul era una cúpula pintada por los dioses.
¿Cuántas manzanas habrán caído de los árboles a lo largo de los siglos antes de que se haya dado una respuesta al por qué? ¿Pero acaso dudáis de que habrá decenas de miles de personas que se habrán hecho la misma pregunta que el que halló esa respuesta?
A veces la luna se cuelga entre los tejados y parece más grande, aunque en realidad no lo es. En otras ocasiones, elegimos o necesitamos creer, y nos llevamos una caracola al oído pensando que dentro de ella está el sonido del mar. Incluso llegamos a ver almas errantes, faroles del más allá que brillan sobre el agua de un pantano en una noche sin luna. Hay seres que parecen vivir otra existencia, su luz irradia literalmente desde su interior. Es la bioluminiscencia. Y que me dices del que se asombró por primera vez porque un relámpago y el trueno no fuesen simultáneos, y del que comprendió que podía medir la distancia del peligro gracias a esa diferencia.
Sí, afortunadamente siempre ha habido quien no se ha conformado con el mito. Relatores de la duda, agricultores de la lógica. Algunos escribían en piedra, otros en papiro. Muchos murieron sin respuestas, pero dejaron preguntas mejores. Creían que el mundo tenía un orden oculto, y que el mayor acto de humanidad era interesarse por descifrarlo.
Hoy sabemos por qué hace espuma el mar. Pero seguimos mirando el horizonte con aquel mismo temblor que sintió el hombre que se quedó absorto ante las olas y se atrevió a preguntarse un por qué.