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LA MIRADA DEL AMOR

Publicada el 26 de noviembre de 20251 de diciembre de 2025 por José Ramón Entenza

O el prisma que transforma los detalles

Cuando hablamos de amor tendemos a pensar en dos personas, dos cuerpos, dos historias o dos voluntades que se encuentran. Aunque esto es cierto, al tiempo que sagrado y místico, una parte muy notable del amar ocurre, además, dentro de cada una de esas dos personas.

El amor no es simplemente un vínculo, es un estado que irrumpe, se impone y reorganiza el mundo interior de quien ama. El que ama es elevado a una especie de quintaesencia, una cota distinta de percepción que le hace verlo todo de una manera particular: la sensibilidad se desarrolla, el paisaje, los colores, la música… todo lo que llega a sus sentidos cambia. Es como una revelación o un despertar, como si a un ave le diésemos la capacidad de hacer vuelos interestelares, de moverse por el cosmos, de ver nuestro mundo desde perspectivas desconocidas y privilegiadas.

Mirar es un proceso fisiológico. La luz rebota en los objetos, atraviesa la córnea, se enfoca en la retina y se convierte en impulsos eléctricos que el cerebro traduce en una imagen reconocible. Con esa mirada identificamos, nos orientamos, sobrevivimos. Vemos formas y contornos. Ordenamos el mundo, captamos lo visible.

El amor altera el modo de ver, actúa como un prisma que dobla la realidad, intensifica los colores y dota a lo que vemos de una cadencia musical que penetra a través de nuestros ojos y trasciende los impulsos eléctricos, provoca una resonancia en algún lugar de nuestro ser: en el corazón, en el alma, en la fibra sensible que actúa como diapasón dentro de nosotros… Y se crean melodías donde había silencio, y se iluminan las sombras y el invierno interior se convierte en primavera.

No me cabe la menor duda de que el que ama experimenta una alteración intensa de su consciencia. Platón nos explicaba sobre el amor que es más que amar a la persona, es amar a todo lo que a través de ella se despierta en nosotros.

La ciencia ha intentado encontrar una explicación a este fenómeno. Sugiere que el amor reconfigura la mente, intensifica la memoria, altera la percepción del tiempo, desarrolla la atención y reorganiza sus esquemas. Nada menos. Pero ninguna explicación neurológica es suficiente para explicar la transformación a que nos referimos.

Aunque hablo por experiencia propia, no se trata de una idea original y, mucho menos mía. La filosofía aborda este fenómeno como una expansión de la conciencia, la transformación de los sentidos o el salto de la percepción. Y por supuesto, la literatura recoge la idea de mil maneras distintas: la persona amada ilumina el mundo y, por eso, la realidad adquiere matices simbólicos de gran intensidad. Los detalles de las cosas afloran a la superficie y pasan a un primer plano. Lo invisible se vuelve visible.

Sin irnos muy atrás en el tiempo, en la novela moderna, el amor transforma la conciencia del personaje, enamorarse es experimentar una ampliación de los sentidos. Para Proust, amar modifica el tiempo, en Woolf, altera el flujo de la percepción, Barthes descubre como la mirada amorosa suspende el mundo y lo sustituye por la presencia del otro, del amado.

Curiosamente, la literatura contemporánea, con esa gran capacidad quirúrgica que demuestran sus mayores exponentes, no cae en lo recurrente, no expresa que el amor embellece lo real, sino que lo densifica. Afirma que amar no es mirar más ni mejor, sino mirar de otra manera. No es el mundo el que cambia, sino la conciencia del amante.

Otros autores como Cortázar o Murakami van un paso más allá, al sugerir que el amor introduce una dimensión paralela donde lo cotidiano deja de obedecer las reglas que lo sustentan y, aparecen zonas de misterios, de resonancia emocional y de significado velado.

No dejemos atrás la importancia del objeto del amor que, claro, es la otra persona, es el motor y la causa de la transformación, el que la mantiene, la exalta y la alimenta. Sin la otra persona, esta reflexión no tendría sentido, incluso hablaríamos de oscuridad y ceguera cuando este factor falla o desaparece.

Decía Simone Well que “la atención, llevada a su grado más alto, es lo mismo que el amor.” Hermosa manera de resumir la idea que te traigo hoy. Simboliza perfectamente el cambio interior: el amor no añade objetos, no realiza un intercambio equilibrado entre los amantes y el mundo, sencillamente reorganiza desde dentro la percepción. Amar es adquirir “otros ojos”, no otro escenario.

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Sobre el autor

Soy José Ramón Entenza, natural de Marín, en Pontevedra, Licenciado en Ciencias Físicas, Graduado en Farmacia y Licenciado en Derecho. He cursado estudios de doctorado en Inteligencia Artificial, y he publicado artículos de divulgación científica en diversas revistas especializadas y realizado numerosas ponencias internacionales de carácter científico... [leer más]

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