O el proceso de hacer ambas cosas a la vez
Mi primer trabajo fue el de profesor. Enseñaba a chicos y chicas de 16 a 18 años materias de ciencias: matemáticas, física, informática… Una etapa muy bonita, inolvidable, como puede serlo para cualquier joven recién salido de la universidad, que se ve reflejado en ellos, porque acaba de dejar un pupitre parecido al que esos jóvenes ocupan.
En el colegio donde trabajé durante tres años, mientras iniciaba el doctorado, se daba la circunstancia de que muchos de los docentes éramos jóvenes. La ilusión se contagiaba, el ambiente era increíble, fantástico, y la filosofía del centro fomentaba la creatividad. Diferentes estilos, personalidades, materias y caracteres, y una cosa en común: pasión por modelar a aquellos niños y jóvenes.
El centro cubría toda la oferta formativa, desde los 3 a los 18 años. Recuerdo mis visitas al patio de los más pequeños. Me gustan los niños, desde siempre, y yo les suelo gustar a ellos. Pero cuando jugaba con uno y terminaba rodeado y abrumado por quince o veinte, tenía que rescatarme la compañera que los tutorizaba, y me reafirmaba en mi idea de que se iba haciendo más fácil enseñarles según iban siendo mayores. Me parecía más sencillo enseñar física cuántica que enseñar a leer, a dibujar o a escribir. Nosotros recogíamos en los últimos años a mentes trabajadas, en proceso de maduración, abiertas al aprendizaje, con inquietudes y expectativas hacia un futuro académico nuevo, su última etapa, que marcaría el desarrollo y la ocupación de muchos de ellos por el resto de sus vidas. Para esta etapa los preparábamos.
Nosotros podíamos hablarles con propiedad de lo que se iban a encontrar en las universidades, y con precisión, lo teníamos muy reciente. Era inevitable transmitir las buenas sensaciones, las experiencias y la nostalgia de esos años, que muchos definimos como los mejores de nuestra vida. Los envidiábamos por su inmediato desembarco en los templos de conocimiento, como me gusta definir a las universidades.
Después, he diversificado mis trabajos, como ya he contado en algún post, por circunstancias o sucesos que no vienen al caso. Pero también he tenido que impartir seminarios y clases a adultos. Algo muy diferente a lo que te he relatado al principio. Una diferencia notable en los alumnos y en el docente. Los adultos son prácticos, buscan cubrir una laguna o abarcar un conocimiento que necesitan tener, vienen a eso, con un objetivo definido. Apenas son dúctiles o maleables, y la motivación la marca casi en su totalidad la necesidad de alcanzar ese objetivo, muchas veces en el menor tiempo posible y, no en pocos casos, con el menor esfuerzo posible.
He de decir que las capacidades de aprendizaje son menores en los adultos, afirmación que tiene apoyo científico, aunque tampoco lo son las del docente. Los alumnos no son esponjas que absorban todo lo que les cuentes. Tienen muy desarrollado el espíritu crítico y evalúan cada una de tus palabras. Lo cual no es malo en sí mismo, pero insisto, es diferente.
He tenido que dar clase a otros docentes en la universidad. Aún siendo adultos, con el proceso de enseñanza vivo en su día a día y con temas de elevada complejidad y la pasión de ellos por aprender y tu satisfacción por transmitirles tus conocimientos, son un caso aparte de adultos que no he querido dejar de mencionar.
Pero es que, además, como sabes de otros posts, yo no he dejado de ser alumno. Lo sigo siendo y, no sé como lo hago, sigo queriendo serlo. Estoy recibiendo clases de música, idiomas y navegación, y mirando de reojo cursos que me interesan, como alguno de ciberseguridad, el big data o la neuropsicología. Así que me atrevo a considerarme una persona que puede hablar con propiedad sobre el tema de este post, salvando el que puedas o no, faltaría más, estar de desacuerdo con mi punto de vista.
Por eso me remito al post que hice sobre la curiosidad. Creo con firmeza que el trabajo de un profesor es despertarla en sus alumnos, después de conseguirlo, todo viene rodado. Me ha tocado dar materias abstractas y complejas, donde no me ha sido tan difícil como pueda parecer estimularlos ¿Cómo explicar el electromagnetismo, por ejemplo? Comienzo hablando de una experiencia real o adaptada, en la que unos alfileres, colocados fortuitamente junto a un cable de corriente, se movían, alineándose todos de la misma manera, como por arte de magia. Esto ocurría en el siglo XIX, aunque el fenómeno se mostraba con los rayos y otras circunstancias dos mil años antes. De ahí a las ecuaciones de Maxwell los llevas en volandas, dosificando su curiosidad, relatando las dificultades de Gilbert para explicarlo en el siglo XVII, pasando por Benjamin Franklin y Alejandro Volta en el XVIII y llegando por fin a Orsted, Ampere, Henry, Ohm, Faraday y, finalmente a Maxwell, sin dejar de mencionar a Edison y Tesla, abriendo las puertas a la teoría de la relatividad de Einstein, que no hubiera existido sin los trabajos de Lorentz y Poincaré. Transformando este fenómeno en una lección de historia y de superación de las personas dedicadas a la ciencia, con medios rudimentarios, sin base científica anterior. Doble ejemplo para cualquiera de los alumnos de esa edad.
Lo que quiero reflejar no es lo mucho o poco que pueda saber de física, sino la manera sencilla de transformar una materia difícil de digerir y entender, en una pequeña aventura. Es como a mí me hubiera gustado que me la contaran. Anécdotas que me parece que se quedan grabadas y es difícil de olvidar por mis alumnos.
Recuerdo que en las graduaciones, el alumno elegido para dar el discurso de despedida y agradecer al centro y a los docentes, en la parte divertida en que mencionaba aspectos graciosos de cada profesor, mencionaba siempre mi sentido del humor y el patito de Arquímedes, con el que se bañaba siempre, «o eso aseguraba el profe», y que fue el verdadero responsable de que su dueño descubriera el famoso principio: “Todo cuerpo sumergido en un fluido en reposo, experimenta un empuje vertical y hacia arriba igual al peso del fluido desalojado”.
Algunos de ellos me echaron la culpa de haber cursado carreras sobre las que yo desperté su interés, su curiosidad. Ojalá hayan llegado muy lejos en ese viaje incierto y hermoso que es la ciencia.
Y para terminar, recordar la conmoción que supone vivir ese momento único en el que un profesor descubre que está aprendiendo de sus alumnos tanto o más de que les está enseñando, lo que expresa lo hermoso y noble de esta profesión. Una época breve que ha aportado una riqueza inestimable a mi persona, y que espero haber trasladado aquí como se merece.
Como siempre, encantada de leerte. Me identifico con las ideas que expones de la curiosidad por aprender y de ser alumno y maestro a la vez. La vida es la mejor escuela, es un laboratorio vivo donde te ejercitas continuamente.
Yo quiero ser la más tonta de la mesa. Y si no soy la más tonta, entonces es que estoy en la mesa equivocada.
Aprender de todo y de todos y, si de paso tienes algo que enseñar o aportar, pues maravilloso. En el ámbito educativo «hay que respetar a los alumnos, es decir, no ponérselo demasiado fácil». Aquel profesor que no da facilidades, es el que más respeta al alumno porque le obliga a que éste saque lo mejor de sí. Entrenamiento para la vida que, a veces no nos lo pone nada fácil, para que demos lo mejor de nosotros mismos.
Esperando el siguiente post …