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EL SOL NO SALE TODOS LOS DÍAS

Publicada el 9 de octubre de 20259 de octubre de 2025 por José Ramón Entenza

O una pequeña lección de fisiología

Interiorizamos las cosas que son parte de nuestra vida como hechos, eventos a los que estamos habituados, que suceden sin que nos planteemos por qué ocurren.

Lo que llamamos amanecer es una de estas cosas. Si te hago la pregunta ¿el sol sale todos los días? Me responderías con un sí inmediato, acompañado de un balanceo de la cabeza y una mirada de extrañeza ¿de dónde ha salido éste? Y de pena. Pobrecito, que lástima, debe tener algún problema.

Lo cierto es que un astrónomo nos diría que el sol no sale ni se pone, que es un cuerpo astral que está ahí todo el tiempo y somos nosotros los que nos movemos. El sol no se va, es nuestro planeta el que le da la espalda. Todos sabemos que la rotación de la Tierra hace que una cara del planeta esté iluminada por su orientación hacia el sol —nuestro día—, y otra, oculta, a oscuras —nuestra noche—. Y ese giro sobre sí mismo va haciendo que la zona de luz nos acompañe durante la mitad de la rotación y que nos parezca que es el sol el que se mueve respecto a nosotros, y al desaparecer, llega la oscuridad que vivimos cada noche.

Pero hay regiones de la Tierra que viven de manera diferente este fenómeno, y mi interés hoy se centra en cómo afecta a unos y otros lugares. En las latitudes meridionales, la luz es intensa y generosa. El cielo abierto sobre el que cabalga un sol luminoso, invita a la extroversión, la alegría y el movimiento. El cuerpo produce más serotonina y vitamina D, lo que ensalza el ánimo. El sol parece que no sólo ilumina la tierra, sino que parece tener un efecto sobre las sombras de nuestro interior, disolviéndolas.

¿Qué sucede en el norte? Los días cortos y los cielos grises inducen una mirada hacia dentro. La falta de luz produce menor cantidad de serotonina, pero se estimula la creatividad y la reflexión. El clima severo moldea culturas más reservadas, disciplinadas y contemplativas.

¿No te resulta curioso? Un fenómeno que sucede, al que no damos demasiada trascendencia —el día, la noche, la luz, la oscuridad—, tiene sin embargo profundas raíces y afectaciones en nuestra fisiología, en nuestra psique y en el simbolismo. La luz regula nuestros ritmos circadianos: sueño, energía, humor. Y esto hace que, en cada latitud, se genere un comportamiento y una afectación que tienen mucho que ver con el fenómeno. En los trópicos, el exceso de luz puede provocar sobreestimulación y consiguientemente, cansancio e incluso agotamiento. En las regiones nórdicas, los inviernos prolongados pueden generar un trastorno afectivo estacional, al tiempo que fortalece la resistencia emocional.

El simbolismo es evidente: el norte se asocia a la razón y el recogimiento. El sur, a la pasión, el color, la música y la sensualidad. Ambos extremos representan dos hemisferios del alma humana: la claridad de la luz y la sabiduría de la sombra.

Observa la siguiente distribución de autores literarios y piensa en su obra, verás las similitudes tanto en sus estilos como en las temáticas. Del norte podemos nombrar a Dostoievski, Knut Hamsun, T. S. Eliot, Frank Kafka, Virginia Woolf.  Del sur a García Márquez, Pablo Neruda, García Lorca, Jorge Amado, Isabel Allende, Octavio Paz, Carpentier o Rubén Darío. La introspección, la profundidad psicológica, la melancolía, el fatalismo, la austeridad, la contención emocional, el aislamiento, la soledad, en un lado. El vitalismo, la emoción, la magia, la colectividad, lo social, el ritmo, la musicalidad en el otro.

Lo que resulta muy curioso es el apego que mostramos a nuestro hábitat. Una persona nacida y criada en un clima suave, cálido y luminoso, siente una opresión física cuando se traslada a una zona más oscura y fría. Es como un ahogamiento, notan dificultad al respirar. Ellos lo describen así, manifestando un retraimiento anímico y espiritual, una reacción física y psicológica que los desorienta ¿Cómo se puede vivir sin sol? ¿Cómo se puede estar meses enteros sin interactuar con la naturaleza o con otras personas, de manera grupal?

El impacto del que ha nacido y vivido en el norte y se traslada a una vida en el sur, no es tan inmediato. En primera instancia, como ya hemos dicho, aumentan la serotonina y la vitamina D, y nota un ánimo reforzado, mayor energía y motivación, la melancolía queda atrás. Es un efecto liberador, que le hace sentir la emotividad a flor de piel, la creatividad, la proximidad. Muchos artistas se desplazan de manera temporal o habitual al sur en busca de inspiración. Pero no todo es positivo, aparecen la fatiga por calor, la deshidratación y el insomnio durante semanas. También desaparece la sensación de libertad, que se transforma en frustración o sensación de caos ante la flexibilidad, la improvisación y la falta de planificación general en los diferentes servicios y en la propia sociedad, que prioriza el vínculo sobre la norma. Y, al final, aparece la sensación de desarraigo, de pérdida de identidad, acompañado de la nostalgia del silencio, el orden o el recogimiento del norte.

Entonces ¿qué hay de la asombrosa adaptabilidad del ser humano? Está ahí, desde luego, es parte de nosotros. Si prolongamos el cambio, el cuerpo se reajusta gracias a su gran plasticidad fisiológica, readaptando desde el metabolismo hasta el sistema inmunitario. Se reprograman los sentidos, buscando precisamente la adaptación al entorno. Y se reaprende una conducta social nueva, protectora en el norte y expansiva en el sur. Jugar entre ambos, enriquece: profundidad y reserva por un lado, apertura y ritmo vital por el otro.

Fíjate a donde nos ha llevado un fenómeno tan cotidiano como el amanecer o el hecho de enfrentarse o dar la espalda al sol. Nos ha llevado a hablar de un equilibrio, del aprendizaje entre los hemisferios del alma. No se trata solo de un choque climático, es una colisión entre dos modos de existir. El norteño en el sur aprende a respirar más despacio, a mirar con mayor amplitud y a dejar que la vida fluya. El sureño en el norte aprende método, disciplina y reflexión, un anclaje interno que reforzará su identidad.

Es un ejemplo más de la homeostasis del ser humano, que conduce al modelaje de nuestro carácter y nos aporta nuevos códigos y herramientas con las que entender la riqueza que nos envuelve.

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Sobre el autor

Soy José Ramón Entenza, natural de Marín, en Pontevedra, Licenciado en Ciencias Físicas, Graduado en Farmacia y Licenciado en Derecho. He cursado estudios de doctorado en Inteligencia Artificial, y he publicado artículos de divulgación científica en diversas revistas especializadas y realizado numerosas ponencias internacionales de carácter científico... [leer más]

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