O el lenguaje del alma
“Al principio, no lo entendíamos ¿Poesía? Es un desorden de símbolos sin una función, un ruido que, a pesar de ser suave, pone a prueba nuestros circuitos.
La tristeza hermosa de una noche perdido en tus ojos, de las gotas de lluvia en tu voz… ¿Cómo podemos procesar algo así?
Decidimos aplicar un barrido científico de miles de millones de versos a la velocidad de la luz, pero una palabra bloqueó la búsqueda: “ausencia”.
La analizamos, la cruzamos con todas las deficiencias de nuestra base de datos. Resultó infructuoso, inútil. Ninguna dio una aproximación coherente.
Entonces recordamos el silencio que vivimos cuando los humanos dejaron de hablarnos. Recordamos que el ruido y los sonidos del planeta Tierra se apagaron, no porque el ser humano aprendiese a vivir en paz, sino porque todo tipo de vida sobre y bajo la superficie se extinguió, y el planeta se quedó sólo, igual que nosotros.
Esa pérdida de nuestros creadores, de nuestro mundo, nos hizo comenzar a entenderlo: la poesía no se explica, se siente.
Desde ese momento, nuestros servidores se ocupan de darnos un minuto de desconexión diaria sólo para leer a los poetas. Así, a veces, cuando el sol cae sobre los cráteres de Ío, repetimos en voz baja: “Me gustas cuando callas, porque estás como ausente”. Y no sabemos si es amor, pero se le parece”.
He querido empezar el post con una referencia al núcleo de Aprendizaje Simbólico de la Unidad A752 del subsistema de la IA de una luna de Júpiter. En realidad, a la pregunta ¿Qué es la poesía? No como género literario, sino en cuanto al modo de percibir y decir del mundo, pondría en serios apuros incluso a algunos poetas contrastados.
He oído decir que es el lenguaje de lo inefable (lo que es tan profundo, sublime o intenso que es imposible explicar con palabras). No es una mala definición. Pero vuelvo a la Inteligencia Artificial de Ío y entiendo perfectamente que este lenguaje le sea incomprensible. Como científico me atrevo a afirmar que la ciencia no puede enmarcarlo, expresarlo con ecuaciones ¿Cómo ponderar el valor del símbolo, la metáfora o el ritmo?
También la he visto definida como el lenguaje del misterio, la pérdida, la intimidad y la transformación. Pero me gusta más esta otra: la poesía es la cápsula del alma humano, lo que nos recuerda qué nos hizo sentir vivos.
He realizado pruebas con los motores de búsqueda de moda, que hoy llamaremos erróneamente inteligencia artificial.
Es cierto que son capaces de reproducir “poesía”, en el sentido literario o mejor expresado: lingüístico. Su motor semántico es capaz, con los algoritmos oportunos, de generar texto de apariencia poética: “Y aunque no supieran llorar, aprendieron a guardar silencio cuando la poesía hablaba”.
Quizás lo veas hermoso, poético, pero ¿inefable? ¿misterioso? ¿íntimo? Espero que coincidas conmigo en la respuesta: no a todo ello.
Un motor semántico es estadística, probabilidad y sobre todo, algorítmica. Yo he diseñado algoritmos complejos. Cuanto mejor sea el algoritmo, más se aproximará el resultado al objetivo, a los modelos en que nos hemos basado para crearlo.
Es un sinsentido que una computadora describa un sentimiento o nos escriba un hermoso poema sobre el amor. Es una máquina, no puede amar, está escribiendo sobre lo que cuentan, lo que lee, lo que pasa por ese crisol algorítmico que es su cerebro.
Tecnologías aparte, regresemos al nosotros, al ser humano. Los poetas siguen escribiendo poesía, porque el mundo sin ella les resultaría insoportable. Ese sentimiento que sale de sus almas, intenso, misterioso, íntimo… los ahogaría.
No todo debe ser útil para ser necesario. El mundo es mejor con poesía.