O la colisión de dos mundos
–¿Te conozco? –preguntó el joven.
–No lo creo –respondió el filósofo–. Hace mucho tiempo que he dejado de existir.
–Tu rostro me suena –insistió el joven–. He debido verte en alguna parte ¿Trabajas para los medios?
–¿Qué son los medios?
–La web, la televisión, la prensa. Esto que nos rodea.
–No conozco nada de esto. Por lo que puedo asegurarte que no trabajo en ello. Ya te he dicho que pertenezco a otra época.
El chico lo estudió, por un momento dubitativo ¿Sería uno de esos ancianos con demencia? ¿O un loco genuino? Lo veía extrañamente sereno. Decidió indagar un poco.
–¿Cuál es tu nombre?
–Me llaman Sócrates –le respondió el hombre.
–¿Sócrates? Me gusta, tiene fuerza. Y es muy original. Un buen alias.
–No entiendo qué importancia puede tener un nombre.
–¿Cómo puedes decir eso? –se escandalizó el joven–. Es tu marca, es fundamental ¡Lo es todo!
El hombre estudió al chico. Hablar con él era como tirar piedras al centro de un estanque, como lanzar palabras contra una pared y recogerlas deformadas, sin significado.
–Yo me llamo Leo Errante –le dijo–. No es mi nombre, claro, pero así me conocen mis seguidores.
–Ah, ¿tienes seguidores? –dijo con extrañeza el anciano–. ¿Eres pensador?
–¡No! –rechazó con expresión de horror–. Soy influencer.
–¿Qué es un influencer?
–Una persona que sobresale de la media, que despunta y marca tendencia. Una persona admirada a la que imitar, un modelo.
–Vaya, es una gran responsabilidad.
–Un gran trabajo –lo corrigió el joven–, no puedes bajar la guardia ni un instante. Tienes que estar siempre perfecto.
El hombre no entendía del todo lo que oía. Él sólo conocía su escuela, su vida giraba en torno al conócete a ti mismo y a la búsqueda de la verdad desde la ignorancia. Su filosofía se basaba en el culto a la virtud, en lograr alcanzar la sabiduría y enriquecer el alma.
–Yo también tengo discípulos –le respondió–, pero no les sirvo de modelo. Les enseño a pensar.
–¡Eso no funciona tío! No debes tener muchos likes, ni demasiadas views.
El hombre decidió obviar aquellas expresiones que no entendía, algo le decía que no eran conceptos transcendentes, y se pasaría el día explicándole cada uno de ellos. Se centró en lo esencial.
–¿Qué tipo de modelo eres para tus discípulos? –preguntó.
–Buah, vaya palabra, discípulos –se rio–, se llaman followers.
Ante el silencio del hombre continuó.
–Les enseño visibilidad –dijo inspirado–. Algo que no se ve, no existe. Hay que proyectarse al público, monetizar la propia imagen.
–Pero, ¿muestras lo que eres? ¿o construyes lo que ellos quieren que seas?
–Muestro lo que soy –le respondió con indignación–, de una manera cuidada, editada y meditada.
–O sea, una imagen falsa. Simple apariencia.
–Me ofendes y te equivocas, viejo. Mi vida es un faro para mis followers.
–Me estás diciendo que te inventas y te vendes. Que no te importa el contenido sino la reacción que genera. Que vives de la atención y persigues la validación constante de tus seguidores.
–Por supuesto –aceptó el chico–. Lo has pillado. Esto es el camino al éxito y a la inmortalidad.
Ahora el hombre se puso serio. Aquel joven sería el hazmerreir de la sociedad ateniense. Decidió hacer un último intento.
–Dime, Leo Errante ¿te conoces a ti mismo?
–¿Qué importa eso? Me conocen mis followers. Soy visible, un icono.
–Quizás debieras influenciar primero sobre ti mismo.
–Eso no da tráfico. Mírate ¿quién eres tú? Un desconocido. No me des lecciones.
–Yo no doy lecciones, ya te lo he dicho. Sólo enseño a pensar.
–Qué vida más gris. Y aburrida.
Ahora el extraño sonrió, divertido. Tras unos instantes, rompió a reír. Una risa auténtica, incontenible, como hacía mucho tiempo que no había salido de su boca. Una carcajada que se oyó por cada rincón del mismísimo Peloponeso.
Uff… Este dialogo me pone muy melanconico…. Es que pensar que al final hoy los nuevos filósofos son los influencers, que hemos cambiado la polis por la pantalla, la luz del conocimiento por el brillo… pues, es para ponerse ben pensativos…
De todas formas, lo has totalmente clavado José: hemos pasado de la verdad como búsqueda a la búsqueda de la visibilidad, el valor supremo (mírame para saber quién soy, appunto…)
Y esto no ha sido casual… Es el resultado de lo que podríamos llamar una epistemología del espectáculo, de lo viral… Viene de muy lejos, lo sabemos…
La «viralidad» -la visibilidad- es autoridad.
Che mondo di matti…