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CUANDO LA CIUDAD DESPIERTA

Publicada el 7 de agosto de 202510 de agosto de 2025 por José Ramón Entenza

O la invasión de los muertos vivientes

Si eres muy madrugador habrás experimentado la sensación de asomarte a la ventana y contemplar a la ciudad dormida. No hay apenas coches, no se ve a nadie por las calles, tan solo algún trabajador manejando un vehículo de limpieza bombeando agua sobre aceras y calzada, y alguna otra rara avis que tiene un horario de trabajo diabólico y va o regresa del trabajo.

Lo mágico es ver el despertar, que se produce lentamente, luz a luz, coche a coche, persona a persona, pero que va ganando velocidad. La paz y el silencio desaparecen y, la transformación es irreal, increíble e impresionante. Las calles desiertas hace una hora dan paso a una vorágine de gente, a una invasión de vehículos, prisas y caos.

Los rostros revelan lo que nos cuesta iniciar la jornada, tras un descanso que no ha sido nunca suficientemente reparador. La arruga en la frente habla de las preocupaciones y de la planificación interna de las tareas del día, de lo que está por llegar, clases, estudio, trabajo, etc.

De reojo, todavía dormidos, nos miramos unos a otros contemplando las ojeras, la resignación o el cansancio que nos produce enfrentar un nuevo día y ponernos en marcha.

Nunca el mundo se parece tanto a la novela distópica de George Orwell “1984” como en una ciudad que despierta, su caminar sin pulso, todos al unísono y como adoctrinados, una masa donde no se aprecia la individualidad. Como si efectivamente un Gran Hermano nos guiara hacia la rutina diaria, como corderitos que van hacia los pastos al mismo ritmo, con paso uniforme.

En medio de la masa, el más madrugador destaca. Es el único que observa al resto con detenimiento. Su mirada pasa de uno a otro rostro, analizando su gesto de resignación o cansancio, pensando en la sociedad y en la vida en sí misma.

A veces se detiene en alguien que rompe la uniformidad: un joven con auriculares que acompaña la música con un movimiento de la cabeza o el pie. Una mujer a la que le costó dejar el libro la noche anterior y que lo primero que hace al despertar es seguir leyendo la historia con avidez, después de haberla dejado en un punto álgido. Un abuelo embobado con su nieto que acaba de recoger de la casa de su hijo para llevarlo a la guardería o a la escuela infantil, mientras vigila como un halcón a su alrededor.

Pequeñas muestras de personalidad y entusiasmo, a las que nos iremos sumando todos con el paso de las horas. Así, va despertando nuestra individualidad al tiempo que el biorritmo se acomoda a la actividad, mientras que la ciudad va quedando oculta, en un segundo plano tras la invasión de personas, la contaminación de los vehículos y el nivel de ruido que apaga cualquier signo de vida, su respiración o el latido que tenía mientras sus habitantes dormían.

Todo esto nos hace pensar un poco, ya que a veces tenemos la sensación de que somos un pedazo de madera que flota a la deriva y al que la corriente desplaza sin que él tenga ningún control.

La verdad es que una gran mayoría de personas que viven en la ciudad, aún apreciando otros estilos de vida, el campo, la naturaleza, la costa, etc., no renunciarían si se les diera la oportunidad, a seguir viviendo y disfrutando de las ventajas y maravillas que ofrece: servicios, ocio, oportunidades y demás.

A partir de ahí, la comunidad, más grande o más pequeña, marca lo que ya he comentado en otras ocasiones, el comportamiento, la sociabilidad, nuestra manera de pensar o actuar, que no es la misma como individuo que como parte del colectivo.

Yo prefiero el primero, ya lo sabes. Pero en un vecino, un compañero de trabajo o un eventual desconocido que comparte nuestro transporte público, la barra de un bar o el sendero de un parque, también puede descubrirse la individualidad. Somos como flores a las que, con la cantidad justa de agua, un trato afectuoso y la calidez de nuestras palabras o una mirada amable, abrimos nuestros pétalos, al reconocer en estos gestos a otro individuo con mente sana, receptivo, buena gente. Entonces, bajamos nuestras defensas, vencemos nuestra desconfianza y conectamos con una enorme satisfacción con la otra alma libre que nos ofrece la oportunidad de hacerlo.

Son acercamientos, coincidencias o conjunción de astros que se producen puntualmente y que nos parecen un tesoro raro y precioso, un auténtico regalo.

Qué agradable es recibir una sonrisa, una muestra de simpatía o amabilidad de un desconocido, un gesto que va un poco más allá de lo cortés o educado y que, por lo inusual, nos llena de alegría.

El día transcurre y finalmente se va, complejo o sencillo, fácil o difícil, duro o satisfactorio. Y la ciudad se va también a dormir, gradualmente. Hay familias, amigos, parejas que se reencuentran al final del día, compartiendo momentos que nos hacen recuperar la complicidad, el control, como un premio por haber sobrevivido a la jornada..

Al ir cerrando estos momentos, la ciudad recupera la paz y el silencio. Llega el descanso también para ella.

En unas horas amanecerá un nuevo día, y se repetirá el despertar de las calles, las fuentes, los edificios…

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Sobre el autor

Soy José Ramón Entenza, natural de Marín, en Pontevedra, Licenciado en Ciencias Físicas, Graduado en Farmacia y Licenciado en Derecho. He cursado estudios de doctorado en Inteligencia Artificial, y he publicado artículos de divulgación científica en diversas revistas especializadas y realizado numerosas ponencias internacionales de carácter científico... [leer más]

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