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LA FUGA DE LAS EMOCIONES

Publicada el 25 de julio de 202524 de julio de 2025 por José Ramón Entenza

O la desconexión de los sentidos

Roberto es un joven universitario. Hoy se encuentra a unos metros de uno de los tablones de anuncios de su facultad, porque se ha corrido la voz de que las calificaciones del último examen, uno de los más difíciles, se han publicado.

Se siente extraño: no está nervioso, no siente miedo. Entonces, ¿qué es lo que lo detiene? ¿Por qué sigue parado, congelado?

Observa a sus compañeros. Unos se acercan a ver la lista y tras encontrarse en ella comienzan a dar saltos y a gritar como posesos, sin dirigirse a nadie en concreto. Otros se marchan cabizbajos, fracasados, descorazonados, tras comprobar que no han superado la prueba.

Una compañera pasa por su lado y lo observa con extrañeza.

–Hola, Roberto –lo saluda–. ¿Ya la has visto?

Él niega con la cabeza y ella parece entenderlo.

–Mejor suerte que yo –le desea antes de seguir su camino.

La chica ha sido amable, pero él no le ha mostrado agradecimiento, ni consuelo. Ninguna emoción aparece, así que decide avanzar. Llega ante el tablón y busca su nombre. Lo encuentra, su dedo se desplaza hacia la derecha: Apto.

Nada. Ninguna reacción. Bueno, una muy sutil de extrañeza. No entiende nada. ¿La incomprensión es una emoción? Diría que no.

Camina hacia la calle, pensando ¿La preocupación es una emoción? Diría que sí, pero se da cuenta de que en realidad no está preocupado.

Con frialdad piensa en una explicación lógica: se trata de un sueño. No hay duda. En el sueño sale de su facultad y pasea por el campus. Todo lo que ve es extrañamente normal, algunos estudiantes conversando a voces, otros con prisa llevando libros bajo el brazo. Árboles centenarios susurrando con el viento, el sol débil de media tarde…

Se toca el bolsillo, tiene las llaves. Revisa el reloj, marca la hora correcta. Escucha risas. Decide darse un pellizco, ha oído que es una prueba definitiva. Siente el dolor, o sea que debería estar despierto.

Se sienta en el césped bajo unos árboles. Hay otros estudiantes, casi todos en grupos. Es evidente que tienen emociones.

No está triste, ni confundido. Busca la palabra exacta y la encuentra: está “desconectado”. Como si alguien hubiese bajado el interruptor de su existencia.

Entonces ocurre algo. Una hoja cae de un árbol y se posa sobre una de sus piernas. Es un contacto pequeño, casi insignificante. Pero provoca un cataclismo.

Ante él aparecen varias formas difusas, parecen nubes, aunque tienen un ligero parecido con rostros.

–¿Quiénes sois?

–Justo lo que piensas –dice Alegría–, somos tus emociones ¿No nos reconoces?

–A veces finge no hacerlo –dice Tristeza.

–Y en ocasiones nos utiliza sin pedir permiso –dice Ira cruzando los brazos.

–Hemos ganado un sorteo y nos ha tocado a nosotras siete representar a nuestras compañeras, más de un centenar.

–Somos tus emociones, Roberto –asegura Calma–, todas nosotras. Hoy… hemos decidido parar.

–¿Parar? ¿Por qué?

–Exactamente –dice Asombro–, eso es lo que queríamos mostrarte. Un mundo sin nosotras.

–No fue un castigo –añade Vergüenza mirando al suelo–. Ha sido un plan para mejorar, juntos, contigo.

–Nos tienes sobrecargadas –exclama Ira–. Cada minuto, un estímulo, un mensaje, una duda, una opinión, un debate.

–No nos das tiempo –dice Tristeza–, ni pausa, ni descanso.

–Ni espacio para realizar bien nuestra función –dice Alegría.

–Pensé que me pasaba algo –murmura Roberto–, que estaba enfermo.

–No estás enfermo, sólo saturado –indica Calma–. Y cuando tú estás superado, a nosotras nos falta el aire. Nos ahogamos.

–Queremos volver, Roberto –dice Ilusión–. Pero no como reflejos intrascendentes. Queremos volver a ser parte de ti. Un todo.

–Necesitamos que te reencuentres –expuso Ira algo más serena–. Que dejes espacio para nosotras.

–No podemos vivir separados –añade Tristeza–. ¿Ahora te das cuenta?

–Sí, lo veo. Y me da miedo –confiesa Roberto mirándolas una a una–. Pero también alivio.

Alegría sonríe.

–Eso son dos emociones ¿las has sentido? –pregunta.

–Es un comienzo –lo anima Calma.

Roberto cierra los ojos para saborear el regreso de las emociones. Al abrirlos se encuentra de nuevo sólo. El viento mueve las hojas, el mundo vuelve a girar.

Respira hondo. Sabe que vuelve a ser él mismo.

Siente. Primero la sensación de mariposas en el estómago. Después, una mezcla de alivio, alegría y satisfacción. Es consciente de que ha aprobado una de las asignaturas más difíciles. Es un gran paso.

Ahora lo entiende mejor, y se promete colocar un filtro que minimice los estímulos externos y priorice los internos.

Las deja fluir. Las siente.

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Sobre el autor

Soy José Ramón Entenza, natural de Marín, en Pontevedra, Licenciado en Ciencias Físicas, Graduado en Farmacia y Licenciado en Derecho. He cursado estudios de doctorado en Inteligencia Artificial, y he publicado artículos de divulgación científica en diversas revistas especializadas y realizado numerosas ponencias internacionales de carácter científico... [leer más]

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