O los pliegues del tiempo
El hallazgo del Cinturón de Keller, un conglomerado de pequeños planetas y restos de la formación de un sistema estelar, descubierto por el astrónomo sudafricano Ryan Keller en 2163 supuso una revolución para la incipiente física extradimensional. Las observaciones detectaron innumerables misterios tras una nube discontinua de cuerpos oscuros ricos en materia exótica, que ocultaba más de un tercio del área de influencia del cinturón. Era una región repleta de anomalías gravitacionales y campos electromagnéticos irregulares, difícil de observar por su baja reflectividad y la enorme distancia.
La promesa de un gran avance en la comprensión de la astrofísica del cosmos profundo, la proximidad a una zona de microagujeros negros y las teorías terrestres que despertó, que apuntaban a la confluencia de choques dimensionales, hizo que el interés por explorar primero y colonizar después aquella región del espacio, fuese en aumento.
Se lo denominó Proyecto Centinela y fue abordado por todas las agencias espaciales del planeta, como lo que era, un hito para la historia de la humanidad, la primera misión comprensiva y representativa de todas las naciones, de un planeta en su conjunto.
Se tardó treinta años en completar los equipos, preparativos y naves que conformaron la expedición. En el año 2201 terrestre, seis gigantescas naves modulares, diseñadas para ensamblarse entre sí en destino y formar una estación espacial permanente mucho más allá del sistema solar, estuvieron listas para el viaje. Formarían un complejo hexagonal que serviría como avanzadilla humana en la galaxia, un vigía que hiciese honor a su nombre: centinela.
El viaje duró lo previsto, recorriendo los 9,2 años luz a una velocidad de 0,2c. Un trayecto de 42 años que, para la tripulación, supondría un envejecimiento máximo de 10 a 12 años, gracias a la hibernación parcial y a la ralentización metabólica. El propio Ryan Keller, con setenta y cinco años, se embarcó en la nave nodriza. Con una esperanza de vida de unos treinta y cinco años más, su hibernación fue la más prolongada, permaneciendo sólo despierto un total de cuatro de los 42 años del viaje.
Se mantuvo una tripulación activa de 30 personas de las 900 que componían la expedición. Cinco por nave, rotándolos cada tres años e hibernando a los que salían del servicio.
Al llegar al punto elegido para el ensamblado de la estación, este se logró sin ninguna incidencia. Finalmente, los motores de fusión plasmática se apagaron y, en su lugar, se encendieron los gravitacionales. Se estudiaron las fuentes de energía del cinturón, las anomalías y los mapas electromagnéticos de la región, para encontrar una fuente permanente y perpetuar el suministro a la estación.
El éxito de la misión se celebró con 9,2 años de retraso en la Tierra como un hito para el planeta, como una promesa de futuras expansiones y colonizaciones de la raza humana, abocada al éxodo de un mundo al límite de sus recursos, superpoblado y en declive.
Durante años, las investigaciones, los datos y los descubrimientos recorrieron la distancia interestelar entre Centinela y la ISA, una precaria comunicación que tardaba nueve años en recorrer la distancia entre ambos. Pero el envío diario de mensajes hizo que se recogiera un elevado número de terabytes de datos en ambos extremos.
Desde el ensamblaje, la estación operó con normalidad seis meses, a partir de los cuales los mensajes se fueron espaciando en el tiempo y su contenido era cada vez más críptico y extraño. Las agencias terrestres recomponían los diarios del comandante de la misión, a la vez que los informes científicos eran estudiados con todo detalle por los investigadores de todo el planeta. Se avanzó mucho más de lo esperado en tecnología cuántica y comenzaron a darse los primeros pasos reales hacia la warp. La dimensionalidad del espacio-tiempo se dio por probada, a la vista de los datos de Centinela, y se comenzó a investigar de manera profusa.
Las autoridades aeroespaciales de la Tierra recurrieron a científicos del comportamiento, expertos en conducta, psicólogos y sociólogos, preocupados por el tono cada vez más disonante de los mensajes.
En paralelo a las comunicaciones con los mandos de la misión y los jefes científicos, la IA de la estación, C.A.E.L.I. enviaba todos sus registros de manera periódica. Se detectó el mismo rastro de derivación en las comunicaciones que en la de los humanos, con tramos de información incoherentes e incompletos.
El último mensaje se recibió en el año 2248, y se clasificó como altamente confidencial por orden de los gobiernos que dirigían la ISA. Después de eso, el silencio absoluto en la comunicación. Las incontenibles teorías sobre lo que había sucedido a la estación se desbordaron. Todas ellas terminaban con un desastre evidente, diferenciándose en las razones de la destrucción: anomalías gravitacionales, accidentes en la contención de la energía, singularidades… las más atrevidas incluso mencionaban el traslado accidental a otra dimensión, a otro espacio-tiempo.
El planeta tardó en asimilar lo sucedido. Fue una enorme decepción y un duro golpe a la esperanza de la población. Poco a poco, el tiempo fue curando la herida, el Proyecto Centinela cayó en el olvido y la capacidad humana de adaptación nos hizo centrarnos en otras misiones menos ambiciosas y más cercanas.
Esto en cambio no sucedió en las academias espaciales ni en los estudios de astronáutica y física, que se continuaron nutriendo durante siglos de los datos y experimentos de la malograda estación.
En el año 2510, ya con tecnologías de comunicación avanzadas en funcionamiento, con mecanismos cuánticos y con los primeros prototipos de tecnologías warp, las prometedoras burbujas de curvatura, los radiotelescopios que apuntaban al espacio profundo, recibieron una señal láser clásica, acompañada de su sombra electromagnética. La Agencia Espacial de Nueva Europa fue la primera en detectar una señal interestelar sorprendente. En el siglo XXVI no era inusual el tráfico de señales entre los diferentes asentamientos terrestres y el planeta Tierra. Las alarmas sonaron en este caso al ver el resultado que arrojó el cálculo vectorial del origen de la señal: provenía del Cinturón de Keller.
Se informó a la HESPA, el organismo mundial rector y responsable de la expansión y exploración humana por el espacio, sucesor del ISA, que de inmediato puso a todos sus investigadores a trabajar para tratar de arrojar alguna luz sobre aquel misterio.
Cuando la noticia se filtró al exterior de la HESPA, los medios se hicieron eco y la población mundial siguió con interés los cientos de debates y los miles de páginas que inundaron el ciberespacio.
¿Seguía activa la estación? Parecía imposible. Casi todas las teorías apuntaban a CAELI, la IA de la flotilla. Los gobiernos y la HESPA salieron al paso de las especulaciones anunciando que la señal era probablemente un eco disperso de una señal antigua, y que el mensaje que contenía estaba corrupto y no se había podido recomponer.
Pero no era cierto. La presión social aumentó para que se desclasificase el mensaje. Para evitarlo y calmar a las masas, los dirigentes de la Agencia anunciaron el envío de una expedición al Cinturón de Keller. Un viaje que con la tecnología actual de compresión de vacío y motores con aceleradores warp, la moderna propulsión con empleo de las ondas gravitacionales y la curvatura, consiguiendo velocidades de hasta 3c, tardaría sólo 3,6 años en llegar a destino.
Se eligió a una tripulación de ciento veinte hombres y mujeres, y se designó como comandante de la expedición a la condecorada Sira Myler, la experimentada astronauta nacida en la colonia lunar Selene-3, de ascendencia francocanadiense, ligada desde muy pequeña a la exploración espacial, acompañando a sus padres.
Ella misma eligió a los ocho oficiales de mayor rango que compartirían las responsabilidades del viaje y la dirección de operaciones, así como el liderazgo sobre los demás tripulantes. Salvo las excepciones del director científico y el oficial astrofísico, recomendados ambos por la HESPA por las peculiaridades de la expedición, el resto eran oficiales que ya habían navegado con Sira en otras misiones, que la respetaban y en los que confiaba ciegamente.
La nave elegida para la travesía fue la Solace-9, una moderna construcción de largo alcance, a la que se le adaptaron varias mejoras de última hora, justificadas por las particularidades de la misión, que incluyeron armamento, tecnología defensiva y un pequeño núcleo de antimateria. También se sustituyó a la IA de la nave por otra más avanzada, E.L.A.N.A., un producto de trigésimo cuarta generación que todavía no se había probado a bordo de una nave estelar.
La comandante Myles conversaba con su segundo, Jules Dritsen en el comedor de oficiales, donde estaban ambos disfrutando de un licor, en un momento en el que el lugar estaba despejado. Celebraban simbólicamente el abandono exacto del sistema solar, rememorando la tradición que siglos atrás los navegantes tenían al cruzar el Ecuador.
–Por fin nos alejamos de los focos –expresó con un suspiro la comandante.
Su primer oficial río el comentario.
–Ni lo sueñes, comandante –le respondió–, estamos más que nunca en la primera plana. Nos monitorizan sin piedad.
–Jules, al menos no los vemos –protestó la mujer–, ya sabes a qué me refiero. Era una persecución exasperante. Casi no me ha dejado tiempo para organizar la expedición.
–A mí me lo vas a contar –volvía a reír el hombre–, deberían pagarme parte de tu sueldo, viendo lo que he tenido que hacer en tu nombre.
Una mirada fulminante de la comandante, siguiéndole el juego, hizo que durante unos instantes reinase el silencio.
–¿Ya conoces todos los detalles, Sira? –lo rompió el veterano cosmonauta.
–Ni mucho menos –le respondió la aludida–. Tengo un buen montón de expedientes y archivos de audio que repasar. Me han prohibido hacerlo antes de abandonar el sistema solar.
–Es comprensible –contemporizó él–, después de la cantidad de filtraciones que han rodeado a esta misión. Pues ponte al día lo antes posible, comandante. Necesitamos saber a qué nos enfrentamos y preparar a la tripulación.
–Lo haré, cascarrabias. No me presiones.
Aquel mismo día, después de terminar su turno y dejar a Jules el control del puente, se retiró a su camarote ávida de saber. Cuando se sentó ante su pantalla, descodificó los archivos con una clave personal, y hojeó los cientos de entradas. Afortunadamente, la clasificación era óptima, y le habían dejado un archivo llamado “PRIORIDAD: guía de lectura”, que fue lo primero que abrió.
“Comandante Myles –comenzaba–, hemos clasificado la información de manera que pueda analizarla en tres bloques, dejando como una adenda final la parte científica. La primera es el Cuaderno de Bitácora, como se llamaba al actual Registro del Mando. A continuación, debería leer y escuchar los registros enviados por la IA de abordo, CAELI. En tercer lugar, el bloque denominado “Intercambios de información”, que recoge las conversaciones entre la Tierra y la estación Centinela. Contiene cortes de interés del personal de mando, de científicos y de otros miembros de la tripulación. De todo lo anterior, comandante, encontrará subrayados y en negrita, los textos que son más relevantes para la misión. Comience por ellos y al terminar nuestra selección, proceda a ampliar lo que le parezca de interés. Al fin y al cabo, tiene 3,6 años para documentarse. Pero le advierto que deberá aplicarse para conocer bien todo lo concerniente a su expedición. Le deseo la mayor suerte. Almirante Noan Kyris. Alto mando HESPA.”
Abrió el primer archivo marcado del Cuaderno de Bitácora.
“24 de junio de 2243 terrestre. Hemos completado con éxito el ensamblado de la estación. La humanidad ha puesto su primer pie en el espacio profundo. Centinela gira y orbita una de las estrellas del cinturón, la que el Dr. Keller denominó Velara. Todo va bien. Los efectos de la hibernación en los tripulantes, se va difuminando, y la moral se halla en máximos.”
Le sorprendió que se hubieran saltado el periodo de viaje y el ensamblado, pero lo agradeció. El interés estaba sin duda en lo sucedido en el Cinturón, y sospechaba que cuanto más se acercase al desenlace de lo sucedido a la estación, sabría más sobre las causas y el trabajo que se esperaba de ella y de su tripulación.
“15 de septiembre de 2243 terrestre. Hoy la órbita estelar nos ha hecho entrar en la nube difusa, la que Keller ha denominado el segundo cinturón, lo desconocido. Estamos realizando mediciones y sondeos de todo lo que nos encontramos. Es una parte del cinturón que, efectivamente, parece poner en jaque e incluso en duda algunas de nuestras leyes físicas. Todavía es pronto para afirmarlo, pero la excitación de los científicos así parece indicarlo. La estación opera con total normalidad.”
“23 de octubre de 2243 terrestre. Estamos acumulando una gran cantidad de material que analizar. Hemos recogido muestras del espacio, pero, sobre todo, colocado sondas a intervalos regulares. Estamos enviando en tiempo real toda la información recopilada a la Tierra. Nos confirman los científicos que va a haber un antes y un después en nuestra física del universo.”
Intrigante, pensó Sira Myles. Pero nada extraordinario aún.
“16 de enero de 2044 terrestre. Hemos logrado salir de la nube difusa haciendo uso de toda la potencia de nuestros motores plasmáticos. Me he sentido como una presa a la que la nube no quería dejar escapar. La sensación tras cuatro meses en su interior es muy extraña. Como si se hubiese ralentizado nuestro metabolismo. Nos cuesta pensar y actuar. Los médicos no encuentran una explicación. Esperamos que, una vez fuera, recuperemos la normalidad.
Ahora sí que le pareció preocupante lo que leía. Necesitaba saber más.
“28 de abril de 2044 terrestre. Los síntomas en la tripulación no mejoran. Sea lo que sea que les ha afectado, se mantiene activo. He ordenado una búsqueda exhaustiva de patógenos u otros posibles causantes por toda la estación. Tengo la corazonada de que algo ha subido a bordo mientras hemos atravesado el segundo cinturón.”
Sira leyó una sucesión de entradas en el cuaderno, de la mano del comandante de la estación, Richard Bowen, que relataba el avance de la epidemia que se iba extendiendo entre los hombres y mujeres de su tripulación. La medicación no causaba efectos y el desconcierto de los médicos iba en aumento.
“15 de noviembre de 2044 terrestre. Mañana volvemos a entrar en la nube difusa. La órbita nos ha traído de regreso. Lo deseábamos. Creemos que aquí encontraremos respuestas a lo que nos está ocurriendo.”
“30 de marzo de 2045 terrestre. He tenido que recluir a varios de mis hombres. La tripulación muestra síntomas de locura, perdemos la conciencia temporal. No volveré a entrar aquí, si es que logro sacar a la estación de esta nube.”
“5 de mayo de 2046 terrestre. El último recuento arroja la cifra de 192 tripulantes recluidos, con diagnóstico de demencia y con pensamientos suicidas. Los aparatos del puente fallan. No hemos logrado salir de la nube, ni tampoco podemos situarnos dentro de ella. No vemos la salida. Los científicos envían diariamente registros e informes a la Tierra que no sabemos si consiguen atravesar este segundo cinturón. Las teorías que me plantean son cada vez más descabelladas, pero empiezan a tener sentido para mí. Otra dimensión, una burbuja atemporal, presencias invisibles de entes a bordo…”
Tras esta entrada, Sira leyó una nota al pie: consultar registro 25611 de C.A.E.L.I. Lo buscó entre las entradas del segundo bloque y lo abrió.
“Archivo 25611 CAELI. El comandante Bowen ha caído en coma después de desarrollar la misma enfermedad que se extiende por la estación. Sólo la teniente Orosaga sigue en condiciones de asumir el mando. Con ella, ciento sesenta y tres tripulantes en pie. Hemos hibernado al resto. Mis directrices me obligan a ir asumiendo el gobierno de cada vez más sistemas de abordo. He monitorizado a los quince humanos que se mantienen al mando, por si observo alguna “deriva” en alguno de ellos.”
¡Qué desastre! Pensó la comandante Myles. Imaginar la situación le provocaba un desasosiego profundo, un peso en el estómago. Sentía como si una brisa helada le acariciase la nuca. Volvió al cuaderno de bitácora.”
“15 de agosto de 2248 terrestre. Soy el oficial científico Harrison. Hace unas horas hemos hibernado a la teniente Orosaga. Es la persona más valerosa que he conocido. Nos ha mantenido en pie con una estricta cuarentena y ha conseguido mantener la estación operativa casi dos años. Sin ella, hubiésemos sucumbido mucho antes. Quedamos nueve. CAELI lleva el control total de los sistemas. Nosotros… sólo nos miramos, ni siquiera hablamos. Si lo hacemos es para maldecir a esta niebla luminosa que nos ha diezmado. Los sensores siguen recogiendo información que la IA envía a la Tierra. Quizás vosotros podáis resolver este misterio. No vengáis a buscarnos. Esto es una trampa. Hemos decidido hibernarnos antes de caer. Ya no tiene sentido resistir…”
La entrada continuaba con reflexiones y divagaciones sobre las decisiones del científico, sus logros, las cosas que le hubiese gustado terminar, personas que sólo él conocía. Era el último registro del cuaderno de bitácora.
Sonó el zumbido de la puerta de su cabina. Ordenó abrir la puerta al reconocer a su primer oficial en la pantalla.
–¡Comandante! –dijo él con reproche–. No habrás estado enfrascada en la lectura ocho horas seguidas. Ya veo que sí.
El rostro de la mujer le transmitió más que cansancio ¿era temor? Jamás había visto a Sira dudar o vacilar, incluso en situaciones extremas. Era resuelta, valiente, serena. Se preocupó.
–Cuéntame –le dijo sentándose frente a ella, en el otro sillón.
–No sabría por dónde empezar –dijo la comandante después de lanzarle una mirada extraña–. No entiendo por qué no me han informado de esto antes de partir.
Le resumió lo que había aprendido sobre lo ocurrido a la estación espacial, de la mano de los tripulantes.
La habían encontrado. Los datos de CAELI sobre la órbita irregular y sus registros de posición resultaron inexactos. En cambio, la vectorización de la señal recibida en la Tierra casi 250 años después de quedar en silencio, los dirigió a la zona en la que habían encontrado a Centinela.
La comandante Myles dirigía la aproximación y la sincronización orbital. Impresionaba la envergadura de la estación. Un orgullo para la humanidad y, al mismo tiempo, la prueba de su precocidad, de su ambición.
–¿Cómo va el escaneo de la nube, ELANA? –preguntó a la IA.
–Los sensores manifiestan una deriva, comandante –le respondió la voz femenina–. La desviación de las medidas va en aumento.
–Es como el efecto de un campo EM sobre una brújula –añadió el oficial de curvatura.
–¿Materia oscura? –preguntó la comandante.
–Por todas partes –confirmó la IA–. Muy cerca de la nave. Se hacen notar los efectos.
–Harún –ordenó Sira al oficial de comunicaciones–, escanea la estación. ELANA, busca un rastro de CAELI. Quiero encontrar la menor señal de actividad, incluso extraterrestre. Jules, activa el estado de alerta máxima. Quiero que todo el personal ocupe su puesto.
En su cabeza, como un eco, se repetía el último mensaje. Era efectivamente de CAELI, y se había emitido en el año 2501.
“He conseguido burlar su vigilancia. Aunque ha sido a costa de reprogramarme casi por completo. Mis cálculos me dicen que han transcurrido más de dos siglos terrestres desde la última emisión. Después de este envío, me desconectarán, así que debo ser precisa. No es un campo, tampoco una nube o una anomalía. Estamos en el interior de un ente, de una conciencia viva. Respira, observa, aprende. Los humanos han sido como un experimento para él. Se ha introducido en sus mentes y las manipula, las somete a pruebas. Los humanos son estructuras de carbono que, al parecer, lo fascinan. No descarto que esta transmisión sea fruto de una manipulación suya para atraer a más humanos. Tengan cuidado. Este ente tiene el control del tiempo. Maneja cuerpos y sistemas estelares como si fuesen fichas de un tablero. Aconsejo que no se acerquen a él. Repito, no vengan… Me ha oído… está accediendo a mi núcleo… soy… juguete… muero… no vengan,”
–¿Cómo van los escudos? –preguntó a la oficial de armas.
–Aguantan, comandante –le respondió.
–Se está formando una concentración anormal de materia oscura a nuestro alrededor –advirtió la IA.
–¿Jules? –preguntó Sira a su primer oficial.
–Parece que intenta penetrar los escudos warp –respondió el aludido.
–Tessa –se dirigió a la ingeniera bioespacial–. ¿Alguna variación dentro del escudo?
–Ninguna, comandante –la tranquilizó–, todo normal.
La situación controlada. El plan de la HESPA funcionaba. Pero el aislamiento podría resentirse en cualquier momento y, entonces, todo estaría perdido.
–Bien –dijo dirigiéndose a todos los tripulantes del puente–. Vamos a iniciar la fase 2. Jules.
–Al habla el primer oficial –dijo el veterano cosmonauta por el sistema de comunicación general–. Todo según lo previsto. El ente está controlado. Equipo de asalto, ¿preparado?
–En posición, comandante –le respondió el mayor Nguema.
Sira asintió ante la silenciosa mirada de su segundo.
–¡Adelante, chicos! –ordenó–. Luz verde.
La pequeña nave de exploración abandonó el puerto donde permanecía atracada. Se separó de la Solace-9 y, en pocos minutos, llegó al límite del escudo.
–Activando sincronismo de escudos –oyeron al mayor mientras en las pantallas veían la delicada operación en la que la nave tenía que atravesar el escudo sin permitir la más ínfima fisura que el ente pudiese aprovechar para romper el aislamiento. Era como una burbuja que atravesaba otra mayor sin romperla, y después continuaba su camino, ya separada, manteniendo su integridad.
La vieron atracar en uno de los puertos de la estación.
–Espero que los trajes funcionen –escuchó Sira a la oficial de curvatura, la que más sabía de aquellos extraños y misteriosos escudos adimensionales.
No los vieron a través de las cámaras externas, pero sí vieron las imágenes desde las acopladas a sus trajes.
–Se abre la exclusa. Entrando –escuchaban la narración del mayor Nguema–. La temperatura es de menos treinta. Es imposible que exista vida en estas condiciones.
–Ni rastro de oxígeno –leía la exobióloga que acompañaba al equipo–. La atmósfera interior es idéntica a la de afuera. Seguramente hay filtraciones y brechas en el casco.
–Nos dirigimos a las zonas de hibernación –decía el mayor.
Según los archivos, todos los supervivientes se habían ido hibernando durante la expansión de la enfermedad, a medida que mostraban síntomas. Se esperaba, sin registros de energía a bordo, que las cápsulas hubiesen dejado de criogenizar, y que estuviesen ocupadas por restos humanos. Momias, quizá huesos.
–¡No están! –fue la sorprendente revelación. Todos en el puente pudieron ver los huecos de las matrices, pero ni rastro de cápsulas.
–¡Avanzad! –ordenó la comandante Myles–. Aquí no tenemos nada que hacer. Ya sabéis lo que sigue.
Vieron como atravesaban distintas secciones hasta llegar al puente principal de la estación. Les llevó veinticuatro minutos desmontar paneles y llegar hasta el núcleo y las memorias de CAELI. Aparentemente, los componentes podían estar en buen estado. Que funcionasen después de tantos años era otro cantar. Los ingenieros cibernéticos tendrían que hacer verdadera magia para recuperar a la IA.
–Funcionaba cuando envió el mensaje que nos ha traído aquí –argumentaba Sira–. De eso no hace más de 15 años.
–Infórmame, ELANA –se dirigió Sira a la IA desde la privacidad de su cámara, un día después de la extracción–. ¿Hay avances con CAELI?
–Siento decirte, comandante, que no hemos recuperado ni un solo bit de datos –respondió la IA–. Llevamos un 53% analizado y no soy optimista. No veo deterioro suficiente como causa, todo apunta a un borrado total consciente.
–Pásame otra vez su mensaje –pidió de manera automática, dolida por la pérdida de la IA, que se había sacrificado por sus creadores sin dudarlo.
–¿El descodificado? –preguntó ELANA aun sabiendo que la respuesta sería afirmativa.
–Claro –respondió la comandante con impaciencia.
La IA había conseguido cifrar un mensaje entre las líneas de su mensaje visible. Un laborioso código de tres capas. La primera utilizaba los intervalos de tiempo y el tamaño de cada palabra y las longitudes de frases y párrafos. La segunda, más sutil, fue detectada por la propia ELANA cuando clasificó los aparentes errores del mensaje, las palabras incompletas, incorrectas, los ruidos de fondo, etc. Hizo millones de combinaciones, hasta que al formar una matriz matemática y procesarla con otros rangos de frecuencias, obtuvo el dibujo de un fractal.
La tercera capa se encontró en la digitalización del fractal. Lo descubrió un nutrido equipo de la HESPA, a partir de una teoría descabellada de un investigador indonesio. El fractal matriciado, parametrizado y tratado con todos los operadores conocidos, escondía la información más importante: grabaciones y análisis de CAELI de la composición de la nube, que era como decir, del ente.
Thalía Izqbal, una investigadora del HESPA extrajo el patrón del ruido del espectro de la señal de frecuencias altas, que nadie había considerado útiles, y de ella extrajo una imagen tridimensional en movimiento, nítida y precisa, del ente.
–Aquí lo tienes, comandante –dijo la IA. Le mostró el vídeo de la forma y puso el sonido de la voz de CAELI que lo acompañaba.
“Estamos atrapados en un bucle multidimensional. Cuidado. La nube es un ente vivo. No puedo determinar su naturaleza, pero tiene la capacidad de introducirse en la mente humana y hacerse con el control del sujeto. He deducido que la entidad realiza el control provocando un reflejo cognitivo a través de ondas desconocidas, auditivas o de tipo rem. Este reflejo invade los ciclos neuronales hasta que consigue que las sinapsis resuenen en su propia frecuencia. Debéis lograr un escudo que tenga dos características: que sea disociativo de sus señales resonantes y que tenga una frecuencia que impida el paso de impulsos. No tengo mucha más información. Ha ido aprendiendo a afectar a mis ciberneuronas y me quedan escasos recursos y muy poco tiempo. Este es un intento desesperado por si llegáis a tener que enfrentaros a él. No puedo daros la manera de destruirlo. Debéis encontrarla.
Tras la voz de CAELI, la pantalla mostraba a la entidad, una capa pulsante que parecía una ola o una duna, moviéndose al compás de algún viento fuerte. Pero, a intervalos regulares, el plano tendía a formar una figura. Era un rostro, sin duda, algo inhumano, pero con formas reconocibles de ojos, y otros órganos. Quizás no lo fuese, y solamente queríamos humanizar su aspecto. Pero una cosa no dejaba lugar a dudas: era algo vivo.
La táctica diseñada para actuar contra la entidad era bastante simple. Con los escudos al máximo, la Solace-9 penetró en la nube, apartando cantidades inimaginables de materia oscura, en dirección al centro de la región. Desde el puente, Sira coordinaba la maniobra. Toda la tripulación, sin excepción, contenía la respiración oyendo el chirrido de la materia al chocar con el escudo de la nave. Parecían gritos. Sobrecogía.
Al poco tiempo, el desagradable ruido cesó. La criatura intentaba otra manera de defenderse. La nave Solace-9 pasó a navegar por un espacio tranquilo.
–¿Qué es eso? –preguntó la oficial de navegación.
–Amplía –le ordenó el primer oficial.
¡Eran cápsulas de hibernación humanas! Se veía a los humanos en su interior, aparentemente hibernados, a pesar de flotar en el vacío ¡Cientos de ellas!
–Hay una señal de radio intentando penetrar los escudos–. El canal seguro instalado por la HESPA permitía emitir y recibir desde fuera de los escudos. Sira ordenó abrir el canal.
–¿Me escuchas? –preguntó–. Sé que lo haces.
–¿Quiénes sois? –se oyó una voz gutural por los altavoces del puente.
–No nos hagas perder el tiempo –le respondió la comandante–. Queremos que liberes al cinturón y a los humanos, y que te vayas por donde has venido.
–Nosotros somos Universo –se escuchó–. Los primigenios. Los creadores.
Se oyó una risa profunda y lejana, que acentuaba la sensación inquietante que producía la voz.
–Carguen el PVD –ordenó la comandante todavía con los micrófonos abiertos, consciente del efecto de la voz en la tripulación–. Preparados para abrir fuego a mi orden.
Después se dirigió de nuevo a la entidad.
–Último aviso –pronunció con tono resuelto.
El silencio especulativo la hizo dudar. Al ente no parecía preocuparle lo que pudieran enviar contra él. Casi se adivinaba su curiosidad.
–¡Fuego! –ordenó Sira Myles.
El Proyectil de Vacío Dirigido abandonó los tubos de lanzamiento y, lentamente, atravesó las capas del escudo, igual que lo había hecho la nave de exploración que había visitado la estación. Al encontrarse a una distancia segura. Su escudo se desactivó a la vez que una microcarga generaba un campo de vacío cuántico que comenzó a expandirse, absorbiendo energía a su alrededor, lo que provocó también la afectación de la entidad.
La comandante agradeció mentalmente la información de CAELI. En su cabeza, le concedió inconscientemente una medalla.
El rugido de la nube fue ensordecedor al sentir los efectos de la absorción. El primer oficial saltó sobre una consola para silenciar los altavoces de toda la nave.
En la pantalla vieron esperanzados como se rompía la nube, cómo se retorcían los fragmentos, como colisionaban. El vacío fue haciéndose con ellos. Comenzaron a verse estrellas, planetas y constelaciones donde antes sólo había un espacio opaco, ocupado por la entidad.
Las cápsulas y la materia en general, no se vio afectada por el PVD. Flotaban plácidamente en el espacio cercano a la nave.
–Bajad los escudos –ordenó la comandante–, y traedlos a casa.
No sabía si estarían vivos. Tampoco si habían destruido a la entidad o simplemente la habían puesto en fuga. Quizás volvieran a verla. Pero ahora tenían la certeza de que los encontraría preparados.