O como evadirse de tu propio despacho
No hay duda de que los lugares inspiran, transmiten sensaciones, una atmósfera particular, propia, particular. A lo largo de los años he descubierto que hay sitios donde la escritura fluye con más naturalidad, mientras que hay otros en los que escribir solamente unas líneas requiere un esfuerzo notable.
En realidad, no soy demasiado exigente. Con unos auriculares puedo escribir casi en cualquier lugar. Pero, es evidente, mis relatos nacen, crecen y maduran desde las mesas de un café con buena luz y ventanas al mundo. Tal vez el sonido de las tazas y platos, el murmullo de las conversaciones, me ayuda a concentrarme. Tal vez necesito ese pulso de la vida transcurriendo a mi alrededor, estar rodeado de desconocidos, levantar la mirada en una pausa y darme cuenta de que los rostros de la pareja o el de la persona que ocupaba aquella esquina, aquella otra mesa, ha cambiado sin que yo me diese cuenta.
De vez en cuando, una escena atrae mi atención. Una mujer concentrada, escribiendo, como yo mismo ¿Será escritora? ¿Estará reflejando sensaciones o pensamientos profundos? ¿Reflexiones? ¿Qué misteriosa magia se está desarrollando en ese cuaderno que garabatea?
O ese padre, o aquel abuelo, con un nieto inquieto y nervioso que debería estar en el colegio y por algún misterioso motivo hoy no se ha escolarizado aún. Una relación y una conversación siempre interesante, en la que el adulto se disfraza de infante para hacerse entender con el pequeño.
Como vivo en un lugar privilegiado, a un paso de la costa, no es difícil encontrar una ventana de las que hablé al principio, con vistas al mar, o a otros paisajes hermosos. Casi cualquier café de mi entorno las tiene. Horizontes, olas, embarcaciones que entran o salen como promesas de aventuras recién vividas o futuras. Naves que vienen de lugares distantes y lejanos, ensoñadores para mi incansable imaginación.
Es cierto, uno levanta la mirada y, a pocos metros, contempla el mar y se retroalimenta. Resetea, regresa de la situación que lo tenía absorto en la historia que está componiendo, y recupera el pulso de la realidad con una hermosa vista.
Pero el mismo fenómeno lo he experimentado cuando la ventana me muestra la naturaleza, o la calle de una gran ciudad o de un pueblecito. Todo contribuye, todo es armonía, belleza y forma parte de la vida, de las notas que inspiran y mueven mi bolígrafo.
Escribo en muchos lugares, en aeropuertos, en los propios aviones. En lugares inverosímiles que, quizás por inusuales suelen ser muy productivos, literariamente hablando. Y siempre lo hago a mano, a la vieja usanza, que sigue siendo para mí la manera más cómoda y práctica. Conmigo pasea a todos lados un inseparable portafolios de tamaño cuartilla. Dentro, bolígrafo, un cuadernillo del mismo tamaño, y folios doblados con anotaciones y pequeñas ideas o nombres o escenas pendientes.
En esos cuadernos, tengo la costumbre de anotar al margen los lugares donde estoy escribiendo: “Vuelo IB Vigo-Barcelona”, “Café Costadoro, Torino”, “Café Allegro, Porto”… Cada uno de ellos acompañado de una fecha. No hay un motivo determinado para esta práctica, ni un propósito. Quizás son el reflejo de mi diario de escritura, que quedará reflejado ahí para el recuerdo, mi recuerdo. Como algo cómplice entre el escritor, el relato y el lugar.
Para mí, te lo confieso, tiene algo de mágico estar escribiendo y por ello, virtualmente a bordo de una nave de la Alianza de Planetas o sobre las calles de un de una ciudad bombardeada, desde mi mesa eventual, me siento parte de una realidad cotidiana, de un lugar habitual y de personas cuyas vidas pasan a mi lado sin llegar a hacerse notar, con sus misterios, intereses, circunstancias. Con historias tras de sí potencialmente interesantes, apasionantes quizás.
Y no digamos el caso de las personas mayores, con las que siempre que puedo cruzo unas palabras amables que las más de las veces acaban convirtiéndose en una conversación increíble y enriquecedora que me reafirman en la parte de bondad del ser humano, y me recuerdan que la realidad, como el dicho, supera en muchas ocasiones la ficción.
Pero, eso puede ser motivo de otro post, algún día. Igual que esa música que me acompaña en el proceso de escritura y que, como los lugares, tiene una influencia indudable en las historias. Melodías que me permiten trasladarme con la imaginación a esos mundos mágicos que me gusta crear, a esos personajes intensos y profundos, a los que suelo poner en apuros, que deben superar obstáculos y resolver dilemas de todo tipo.
En el fondo, creo que reflejar esos lugares al margen de mis capítulos, es un acto de justicia, para inmortalizar el lugar que me ha inspirado, de agradecérselo, de dejar constancia de su ayuda inestimable.
Un reconocimiento.