O lo que es lo mismo, mis controvertidos contactos con ella
Ya lo sé, no todo es autoayuda. Y como decía mi profesora de escuelas de pensamiento (un beso Diana), tienes un sesgo en contra de ella, estás predispuesto hacia su lado negativo.
Por eso, si eres un fan de este tipo de lectura, no sigas leyendo este post, advierto.
No es cierto, me digo, la analizo objetivamente me digo, la sopeso me digo, la valoro, la estudio y finalmente, la rechazo.
El sesgo, querida Diana, no es contra la autoayuda, sino contra todo lo que en el mundo te dice justo lo que quieres oír.
Y es que eso para mi es un grave atentado a mi inteligencia, me parece un menosprecio al entendimiento más básico. Es como si nos trataran de nuevo como a niños (por no decir otra cosa), un insulto a la inteligencia (me doy cuenta perfectamente de lo que me quieres vender y cómo) y un agravio inconmensurable a la creatividad y a la originalidad, como os explico más abajo.
El otro día, un buen amigo me trajo un libro que me dijo que me iba a cambiar la vida. Lo hizo precisamente cuando supo que yo estaba buscando la manera de crear una pequeñísima smartup (el pretexto para generar este espacio de diálogo). “Se trata de reflexiones y enseñanzas, de métodos y maneras, de la persona que más dinero ha ganado en España con Internet” me dijo mi amigo.
Y que además vende libros, pensé yo.
“Te aseguro -decía mi amigo- que no es un gurú ni el típico iluminado. Es un hombre cabal y sencillo”.
Cómo no lo iba a leer.
El denominador común de los libros de autoayuda son esas anécdotas, esas pequeñas experiencias en que los autores, con humildad y sencillez, te cuentan cómo resolvieron alguna situación de una manera brillante, y cómo aquellos gestos tan intrascendentes, les cambiaron la trayectoria de su vida, y que son trasladables a grandes y complejas decisiones.
En la página 30 del libro que mi amigo me había prestado, ya había leído tres anécdotas. Más de lo mismo de otros intentos de leer textos de este campo que reconozco que no es para mi.
Pero ojo, no quiero hablar mal de estos libros ni medirlos a todos por el mismo rasero. Y mucho menos a sus autores, que es posible que los hagan con la intención real de ayudarnos (y no de ayudarse). Para nada. Los hay más o menos sinceros, más o menos útiles, y más o menos comerciales. Y tampoco soy una autoridad, porque reconozco no haber leído muchos.
Y este que mi amigo me había prestado era de los más, más y más. Un poco de todo.
Pero lo que más me molesta es que, como el autor ha triunfado sin ningún género de duda como emprendedor, mi amigo (no es el caso) parece creer que sus consejos deben ser escritos en piedra.
¿Qué me ha enseñado este libro? Nada, siento decirlo. Perdón, matizo, nada que no supiera ya. Pero, lo reconozco, está todo correctamente ordenado y entrelazado, y es un recordatorio de cosas que no aplicamos, de sensaciones y estrategias olvidadas.
O sea, que no hacen daño. A no ser que te vuelvas adicto o acólito, que no sé que es peor.
Y como prometí, vuelvo a lo de ¿agravio a la creatividad y a la originalidad? Sí, lo siento. Para mí lo es. Sí. Diana, es otro sesgo. Me gusta la sorpresa, lo desconocido, lo original. Explorar, descubrir, caer y levantarme. Y la autoayuda me parece la antítesis de todo esto.
Lo siento, no os puedo engañar. Aunque no pierdo la esperanza y sigo leyendo de vez en cuando algo de este campo. Y el día que encuentre un texto original y útil, seré el promotor gratuito más entusiasta del libro, postcast, news, blog o lo que sea. Lo prometo.
Afortunadamente el libro que me prestó mi amigo contenía una parte técnica donde sí que valía la pena perderse. Consultoría lisa y pura, efectiva y eficiente.
Y no sólo por eso, seguimos siendo amigos. Gracias, amigo.